Opinión

El nuevo ministro del exterior

Para que a la ministra de Asuntos Exteriores no le dé un pallá y se nos quede con la mirada fija en un punto inconcreto del horizonte con carácter permanente, convendría ordenar definitivamente las atribuciones en la materia del vicepresidente del Gobierno, cuyas intervenciones fuera de nuestras fronteras no solo rebasan ampliamente el territorio de lo absurdo, sino que, y eso es lo peor, van por libre y no obedecen a ninguna dirección política o estratégica. 
No responde este sujeto ante nada ni ante nadie, toma sus propias decisiones, y se pasa por el arco de triunfo los planes del que conocemos como Gobierno de España –sospecho que no sería necesaria una denominación tan ampulosa si todos tuviéramos claro y meridiano el concepto porque supongo que no será el de Francia, el del Reino Unido o el de Mozambique por poner ejemplos- sino a sus propios y personales pálpitos que no tienen por qué coincidir ni con la política nacional ni con el desarrollo de la función diplomática planificada por los órganos competentes. 
El vicepresidente es un verso suelto que tan pronto se sube al avión del rey para ir a Bolivia y ejercitar allí su propia agenda, como sorprende a propios y extraños pidiendo unilateralmente un referéndum para el Sahara en un momento de delicadeza extraordinaria con el reino de Marruecos, cuyas relaciones andan prendidas con alfileres desde los tiempos del general Prim. Como, tras su desenfadado aspecto de joven progre de campus universitario y aires de libertad, en realidad no hay nada: ni tradición, ni cultura, ni conocimiento, ni respeto, ni compromiso, ni prudencia, ni generosidad, ni intelectualidad, ni lealtad, ni sentido común, ni grandeza, ni siquiera gramática parda, todo lo que dice y hace cuando asoma la patita por el exterior es un disparate, pero nadie le recrimina ni le obliga a hacerse cargo de sus asuntos y le prohíbe meter mano a aquellos que no le competen, pues este sujeto debajo de cuyo moño –coleta ayer- hay en verdad un cerebro bajo mínimos a pesar de que afortunadas jugarretas del destino le permitan disfrutar de una vicepresidencia, un pastón al mes y de un casoplón en la sierra en el culmen de su propia y culposa inconsecuencia, hace lo que le viene en gana sea o no sea apropiado. No tiene ningún sentido, eso es cierto, pero es lo que hay. La ministra de Exteriores se llamaba, Arantxa González, que lo sepan.

Te puede interesar