Opinión

O afiador | La vida sin Messi

Leo Messi no seguirá siendo jugador del Barcelona a pesar de las promesas que han ido desgranando los responsables de la dirección del club para tratar de impedir el cataclismo que se cierne sobre la entidad y que muestra los estragos de una política demencial desempeñada durante la última década por sus dirigentes, y el resultado final de una catarata de despropósitos capaces de depositar al Barcelona en manos de opciones políticas e ideológicas que nada tienen que ver ni con el fútbol y ni siquiera con el espíritu ecuménico y universal que ha distinguido durante muchos años a los azulgranas. El Barcelona ha sucumbido a los afanes triunfalistas y megalómanos de unos rectores absurdos, y ha terminado perdiéndolo todo por el camino. Como la propia comunidad –que se encuentra en la ruina a consecuencia de los delirios de unos políticos independentistas que la han gestionado sin sentido común alguno y se han pasado más de una década paralizados en la gestión diaria y empeñados en un ideal capaz de hundirla- el Barça se ha ido degradando y arruinando poco a poco hasta acabar en la situación mendicante por la que ahora atraviesa. La pérdida de Messi, obligada por los dislates cometidos en materia económica y los faraónicos impulsos que han marcado su trayectoria, es el colofón de un concienzudo trabajo autodestructivo que se ha cerrado con una tragedia. ¿O no es una tragedia?

Lo es, claro está, sobre todo desde un punto de vista anímico. Perder a Messi por no tener dinero para pagarlo es, en efecto, un cataclismo que seguramente dejará más huella en su historia que la mayor parte de los sonados fracasos deportivos que la entidad ha cosechado a lo largo de sus ciento y pico años de existencia, especialmente los fiascos en competiciones europeas coronados con el reciente desaguisado frente al Bayern. Pero la realidad es la que es, y si el Madrid no tuvo más remedio que acomodarse a la pérdida de Cristiano, el Barcelona tendrá que rearmarse para convivir con la ausencia de Messi y sus cincuenta goles que garantizaba el argentino desde el inicio de cada temporada. Al fin y al cabo, este desastre está ganado a pulso y ahora no se puede culpar de sus consecuencias a otros como dicta la filosofía independentista. España no les roba. Basta con ellos mismos.

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