Opinión

Con Paquita no, mamá

Los intereses de Estado obligaron a la joven reina Isabel –subió al trono mediante una mayoría de edad amañada cuando solo tenía 13 años- a contraer matrimonio con su primo Francisco de Asís, un sujeto excepcionalmente culto y refinado, pero torvo, rencoroso y melifluo como pocos, homosexual encubierto que padecía además una malformación congénita que se conoce como hipospadias, una dolencia que hoy se trata quirúrgicamente sin problemas pero que entonces era trágicamente irrecuperable. La apertura de la uretra, en lugar de salir en la punta del glande, lo hace al inicio del pene, lo que produce disfunciones, dificultad de crecimiento, y otros males similares. A Francisco le conocía el pueblo como Paquito Natillas desde que un poeta satírico llamado Manuel del Palacio aparejó para él los siguientes versos: “Paquito Natillas es de pasta flora y mea en cuclillas como una señora”.

Cuando la reina gobernadora María Cristina de Borbón le dijo a su hija Isabelita que tendría que contraer matrimonio con su primo Francisco, la pobre niña que conocía el percal, respondió a su madre con lágrimas en los ojos: “No mamá, -gemía la desgraciada- con Paquita no, con Paquita no” Para colmo de males, la boda se celebró en la basílica de Atocha al tiempo del matrimonio de su hermana Luisa Fernanda con Antoine de Montpensier y, mientras los aullidos de placer de la infanta y el francés se escuchaban por los pasillos de palacio, Isabel se pasó su noche de bodas  contemplando la luna desde la ventana. El matrimonio, ni que decir tiene, fue muy desgraciado. Paquito se emparejó con un cortesano llamado Antonio Ramos Meneses a quien hizo duque de Baños, y ella se lio con infinidad de amantes que fueron los auténticos padres de la real descendencia, incluyendo el rey Alfonso.

La misma cara de angustia que debió pintarse en el rostro de la niña Isabel cuando le impusieron el matrimonio forzoso con su primo Paquito se pintó el otro día en el de Alfonso Guerra cuando se enteró de que Sánchez pactaba con Bildu y abría la puerta de la gobernabilidad del país a los herederos de la barbarie etarra. “Con Bildu, no, con Bildu, no”. Tras el gesto crispado del viejo socialista anidaba la angustia infinita, la misma que yo tengo y que tenemos tantos.

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