Opinión

Paradojas históricas

Los hechos históricos con suficiente entidad para traspasar las fronteras del tiempo y obtener un lugar de excepción en la memoria colectiva, guardan con frecuencia no pocos aspectos producto de milagrosas casualidades, errores imperdonables o grandes paradojas. Acabo de leer que el almirante Isokuro Yamamoto, elegido por el emperador y sus gobernantes para planificar el ataque a la base de Pearl Harbour y su posterior jefatura de la flota nipona en el conflicto, era un ex colegial de Harvard amante de los Estados Unidos y absolutamente opuesto no solo al ataque sorpresivo al enclave naval hawaiano sino a una declaración de guerra que suponía tendría funestas consecuencias para sus compatriotas. Doctor en Economía y completo conocedor del poderío industrial de sus adversarios tras recorrer campos de petróleo en Texas y factorías de automóviles y maquinaria pesada en Detroit y Chicago, se desgañitó tratando de convencer a sus superiores de que aquello era un suicidio hasta que, rendido al hecho de que nadie le haría caso, supuso que la única manera de tomar ventaja era apelar a un verdadero golpe de mano que a los norteamericanos dejara durante un tiempo sin respuesta. Los hechos le dieron la razón aunque no tuvo tiempo de comprobarlo. El avión en el que se desplazaba por el frente del Pacífico fue tiroteado por cazas  enemigos y Yamamoto murió en el acto.

El caso de Yamamoto es, naturalmente, uno de tantos y proyecta la futilidad de decisiones históricas que, en ocasiones, ni siquiera pueden ser explicadas tan solo una década más tarde que es lo que le va a ocurrir a Pedro Sánchez y su gobierno provisional cuando se analicen con frialdad las decisiones tomadas por un personaje egocéntrico, maniaco y sin grandes prendas personales, al que el destino puso, como resultados de un rosario de casualidades, a los mandos de un país y aprovecho la carambola para tomar el camino equivocado. Lamentablemente, el sistema democrático permite que sujetos sin juicio adopten disposiciones erróneas producto de análisis desatinados, pero esa es quizá la más hermosa de las virtudes de la democracia. La libertad es su bien más preciado y es incluso capaz de asumir hasta a aquellos que no son capaces de cultivarla con la devoción debida. Siempre estará la Historia para juzgarlos. A él y a los que le acompañen en esta aventura sin pies ni cabeza.

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