Opinión

El poder de la comunicación

Como periodista no puedo por menos de sentir orgullo al comprobar el notable poderío alcanzado por los responsables de la comunicación de ciertos políticos de clase VIP. Como ciudadano de a pie, que es lo que en realidad soy en estos momentos (siempre lo fui, esa es la verdad o eso supongo al menos) percibo una creciente inquietud interior próxima al desasosiego al comprobar la trascendencia que adquieren estas figuras en el debate político moderno. Las cosas no se mueven hoy porque sí, ni los mensajes que se transmiten son inocuos o solo brevemente entreverados de doctrina. La capacidad de decisión de los grandes santones que manejan los hilos en la cúpula de los partidos es tan potente que uno se siente permanentemente conejillo de Indias y sujeto receptor de toda la estrategia de laboratorio tejida por estos expertos y sus gabinetes de apoyo.

Pedro Sánchez contrató para desarrollar esta tarea supuestamente imprescindible, a un sujeto de contrastada habilidad. Un lince de la comunicación llamado Iván Redondo que antes de firmar por el sanchismo había defendido otra camiseta. Vasco, licenciado en Deusto, hábil y maquiavélico, Redondo demostró su valía cuando se inició en el oficio controlando la campaña de Xavier García Albiol, el político catalán de dos metros de estatura al que consiguió convertir en alcalde de Badalona. En su tierra consiguió poner en el mapa a Antonio Basagoiti. Se convirtió en figura emergente, y Pedro Sánchez le echó el guante.

Hoy, el poder con el que se ha juntado Redondo es tan inmenso como inquietante, y en el gabinete conjunto se le sigue, se le venera y se le teme a partes iguales, porque es el verdadero dueño de las llaves con las que se abre la cerradura de la puerta del laberinto. El problema de Redondo es que el enemigo más potente que le ha brotado hasta la fecha, la presidenta de Madrid, Isabel García Ayuso, ha hecho lo mismo y le ha dado la batuta de su gabinete a otro tigre del ramo, un curtido periodista vallisoletano con cien muescas en el revólver que se llama Miguel Ángel Rodríguez y que probablemente no necesita presentación. Dos fieros estilistas que han convertido el hecho de la comunicación en una cimitarra cada uno. Repito. Como periodista quizá me alegre. Como ciudadano, siento que las carnes se me encojen. Por algo será.

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