Opinión

Política de gestos

Uno, que ya ha visto de casi todo en este mundo a veces incomprensible que es la actividad de los políticos, comienza a estar algo harto y fatigado de lo que se ha llamado con toda la razón política de gestos porque esa actuación gestual que en verdad ni puede sustanciarse en nada explícito no hace más que abrir falsas expectativas y jugar con las esperanzas de los que más las necesitan.

Política de gestos es lo que está haciendo la clase dirigente del PSOE al mando de Pedro Sánchez y su tozudo empecinamiento en la necesidad de un estado federal que es como no decir nada. El desarrollo de una fórmula de Estado inspirada en el federalismo puede estar próxima a la revolución cantonal de Cartagena en el último tercio del siglo XIX o puede estar inspirada en el modelo de los Estados Unidos. Entre unos y otros hay un mundo y tantas clases de Estado Federal como se desee aunque ninguno de ellos resolverá –como se ha empeñado también en manifestar Sánchez- el problema catalán porque el nacionalismo catalanista no puede darse por satisfecho con un sistema que recorta de manera radical los límites de sus actuales competencias.

Pero política de gestos es también aquella a la que han acudido algunos ayuntamientos españoles como los de Madrid, Barcelona y Valencia ofreciéndose unilateralmente a recibir todos los exiliados que lleguen a su ciudad sin querer saber nada de cómo se paga en realidad eso. Los ayuntamientos que como el de Madrid despliega un enorme cartel en la fachada de su edificio dando la bienvenida a los que llegan lo hacen con la boca pequeña porque en realidad ni tienen financiación propia, ni atribuciones, ni competencias para llevar a cabo lo que prometen y lo hacen como se decía de antiguo con pólvora del rey porque han de esperar a conocer los fondos que les adjudica el Gobierno para convertirse en anfitriones. Es, por tanto, un brindis al sol que queda un rato bien pero que es humo, crea expectativas falsas y juega con los deseos y las emociones de aquellos que necesitan ayuda de la de verdad y no la de boquilla.

Política de gestos, maldita e infame política de la que debería poderse pedir cuentas.

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