Opinión

Protocolo de invasión

Si bien viene de lejos la afición que tienen los gobernantes de este país por terciar en los designios del estamento judicial olvidándose sin sonrojo del principio de independencia de poderes, nunca se había producido una injerencia tan potente como la que está  ejerciendo este Gobierno, cuyas acciones están comenzando a inspirar una inquietud creciente  y la sospecha que le acompaña de que estamos ante el desarrollo pautado de golpes de mano encubiertos. El sistema de apropiación  indebida de parcelas de decisión que no debe por definición invadir el poder político consistente en elaborar movimientos de inclusión parcelados y propiciados desde dentro no es nuevo, y hay ejemplos históricos sumamente explícitos.

Cristino Martos protagonizó junto a Francisco Serrano uno de ellos durante la breve y frágil I República si bien el paradigma de todos los golpes de estado programados desde el interior del propio gobierno lo ideó y protagonizó Napoleón III, quien planificó uno contra el Gobierno de la República de Francia que él mismo presidía para poder sofocarlo y llenarse de argumentos para nombrarse también a sí mismo, emperador de los franceses. Esto ocurría en 1852, y si bien determinados periódicos no seguidores del ambicioso Bonaparte publicaron diatribas, críticas profundas y dibujos satíricos denunciando la maniobra,  pocos colectivos ciudadanos alzaron el dedo y aguantaron confortablemente la situación hasta 1873, fecha  del abrupto final marcado por la Guerra franco-prusiana y el desastre de Sedán que acabó con él y le obligó a exiliarse en Inglaterra.

El gobierno de Pedro Sánchez no solo está utilizando su exigua e inquietante mayoría para legislar de manera suicida, sino que ha entrado a saco en los procelosos terrenos del control del poder judicial apelando a maniobras que dan miedo. Nada parece bastarle al presidente en su afán de buscar sociedades que le permitan seguir ejerciendo la presidencia. Legisla a la carta atendiendo al dictado que le sopla al oído el independentismo catalán, y cuela jueces afines por la puerta falsa. Pero lo que de verdad inquieta es la mansedumbre con la que observa este comportamiento el colectivo de jueces y fiscales a los que el poder político ha reducido a marionetas. Vamos hacia un final muy dramático, porque el enemigo de la democracia, la libertad, el constitucionalismo, la soberanía popular, la convivencia y la ley lo tenemos dentro.

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