Opinión

Recordando a un genio


El próximo mes de agosto se cumplirán cien años del fallecimiento de Joaquín Sorolla, uno de los grandes intérpretes de la luz y el color que ha dado la pintura universal y al que por fortuna y, tras un periodo posterior a su muerte en el que su figura se oscureció por razones que seguramente son ajenas a su dimensión como artista, ha resurgido en toda su espléndida condición y ha recuperado el distintivo de genio inconmensurable que merece largamente su impresionante y dilatada obra.

En el verano de 1920, Sorolla estaba en el jardín de su casa de la calle general Martínez Campos en Madrid ocupado en dar término al retrato de Mabel Rick, esposa del escritor Ramón Pérez de Ayala, cuando sufrió un derrame cerebral que, tres años después, el 10 de agosto de 1923, le produjo la muerte en una residencia de verano familiar ubicada en Cercedilla. Tenía 60 años cumplidos en febrero, y su bisnieta Blanca Pons Sorolla –que es la persona en el mundo que mejor conoce al artista y que es amiga mía lo cual valoro de forma extraordinaria- sigue pensando a día de hoy que el encargo cursado en 1911 por la Hispanic Society de Nueva York consistente en once gigantescos paneles dedicados a otras tantas escenas relacionadas con rincones y tipos de España, fue una carga tan agotadora que acabó costándole la salud y la vida. Sorolla no se contentaba con una fotografía que le proporcionara referencia del lugar que deseaba plasmar en sus lienzos. Desde que aceptó la encomienda, se puso en el camino, y recorrió el país buscando gentes y paisajes para el proyecto. Sobre su escena gallega, en 1915  estuvo en Baiona pero no le convenció. Acabó pintando una romería en la ría de Arousa  en cuyas artes finales utilizó bocetos e impresiones obtenidas de varios emplazamientos diferentes.

Sorolla es una de las más extraordinarias personalidades artísticas de nuestro patrimonio cultural, y merece recibir el homenaje pleno de una nación que suele tener muy poca fortuna a la hora de glorificar a sus grandes talentos. Los recuerdos se le dan mal y habitualmente se entreveran lamentablemente con agentes ajenos y desastrosas injerencias políticas y sociales que desbaratan este tipo de actuaciones. Personalmente, y por motivos personales que me recuerdan pasajes hermosos de mi propio pasado, me gustaría que el Centenario de Sorolla fuera conjunto, sincero, sin borrones y compartido como el pintor se merece. A ver si tengo suerte.

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