Opinión

República partidaria

Hace unos días, me crucé caminando por una céntrica calle de la ciudad, una caravana compuesta por media docena de turismos todos ellos de muy notable nivel, recorriendo a bocinazos un trayecto mientras que sus ocupantes enarbolaban una bandera por cada ventanilla.  Del PCE por una de ellas, y tricolor de la II República -de cuya proclamación se cumplen por estas fechas noventa años- por la otra. La imagen tenía un algo de naftalina y un mucho de paradoja, porque aquellos descomunales modelos de automóvil de alta gama y última generación, no casaban en absoluto con aquella bandera que, como advertían las herramientas que figuraban en la enseña, se había distinguido en tiempos pretéritos por la defensa de la dictadura del proletariado. El rutilante aspecto de los modelos contribuía a que aquello se pareciera mucho más a uno de los desfiles de cualquier pudiente Salón del Automóvil que a una convención política  bajo la enseña de la hoz y el martillo.

Pero casaba aún menos con la identificación que aquella caravana pretendía establecer con ambas enseñas, la de la  República y la del Partido Comunista, como si el sistema de Gobierno denominado República y entendido en su acepción libre de errores históricos y manipulaciones, respondiera a un color político determinado. En las repúblicas que se asientan en territorios democráticos, gobiernan los partidos que ganan las elecciones. Otra cosa son los países de acento totalitario en la que no son los votos precisamente los que proponen a sus gobernantes.

El error de identificar el sistema republicano con los partidos de izquierda es muy común en nuestro país pero absolutamente incomprensible para el resto, especialmente si son gobernados de esta manera. Semejante disparate es absolutamente incomprensible para los franceses, los italianos, los portugueses o los alemanes, que conocen perfectamente el mecanismo y han sido gobernados por partidos o coaliciones de derecha, de centro o de izquierda en función de la proporcionalidad de sus votos. Estados Unidos es una república con toda la barba, en la que hasta hace poco gobernaba un sujeto infame llamado Donald Trump, que se negó a aceptar el dictamen de las urnas, hizo el ridículo y hoy ya no lo recuerda nadie. Los españoles no dimitimos de nuestros vicios y eso nos hace polvo.

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