Opinión

Ser ministro no siempre compensa

Pablo Iglesias se ha instalado en su petición y de ella no se apea. Quiere ser ministro, pero no un ministro cualquiera en un Gobierno de coalición y esa es la condición que ha impuesto a Pedro Sánchez para cederle sus escaños en la ceremonia de investidura. Quiere ser un ministro que mande y no uno al que le den un ministerio de chicha y nabo, inventado a lo mejor y sin contendido alguno para que se contente, no de la lata y ceda su capital –exiguo capital todo hay que decirlo- de sufragios a favor de la causa. La de hacer a Sánchez presidente.

Bien mirado, a Pablo Iglesias no le falta razón. Al fin y al cabo, le están exigiendo que ceda a cambio de nada, quizá porque Sánchez se asoma al espejo todas las mañanas y se ve tan guapo, tan alto y tan fuerte que no comprende cómo puede haber sujetos que no se rindan a sus designios. Como es posible que no quieran hacerlo presidente. Iglesias, que va camino de dejarse su capital político por las cunetas, quiere entrar en un equipo de Gobierno, ostentar mando y responsabilidad, tener voz y voto en el consejo y desarrollar políticas propias, lo cual tiene sus riesgos según qué ministerio. Por razones de carambola política, Unidas Podemos ya manda en el consejo de RTVE pero a Iglesias eso ya no le llega. Quiere gobierno. “¡Y de lo mío qué, a ver qué va a ser esto leche…!”

De todos modos, lo de ser ministro no siempre es bueno. La historia del país está llena de personas estupendas que se hundieron literalmente hasta las ingles cuando finalmente les concedieron el ansiado ministerio véase Ruiz Gallardón que se murió políticamente sin resurrección posible cuando le hicieron titular de Justicia. Fue entregarle la cartera y abrazar el fracaso más estrepitoso. De hecho no volvió a ejercer cargo público alguno. ¿Qué fue de él?

Lo digo porque Fernando Grande Marlaska tiene pinta de lo mismo y las cosas se le están poniendo como para abrazar el camino el destierro en cuanto le den el cese. Juez sereno y competente, personaje querido y respetado, ejemplo de reflexión y espejo de comportamiento en lo personal y profesional, ha sido caerle en las manos la cartera y comenzar a coquetear con la ruina. Su desastroso comportamiento el día del Orgullo Gay y posteriores fechas, constituye un avance de lo que le espera si no endereza.

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