Opinión

Tirar después de usar

El terremoto que ha mandado a casa a una buena parte del equipo de Gobierno que depende del presidente Sánchez, se ha cobrado entre sus muchas piezas de caza mayor, la del ministro de Fomento al que el neo lenguaje que ha inventado en Moncloa el también defenestrado Iván Redondo había decidido rebautizar como Transportes, Movilidad y Agenda Urbana para descafeinar de gestión el departamento y evitarle presiones innecesarias. José Luis Ábalos ha sido, en efecto, una calamidad de ministro al que su cercanía personal con el presidente de Sánchez ha terminado convirtiéndose paradójicamente en su desgracia. Amigo personal de Sánchez y compañero de fatigas y andaduras en los tiempos heroicos, fue él precisamente el elegido por el presidente para desatascar situaciones infames. Y merced a esa ubicación, se convirtió en un fontanero de confianza en lugar de ejercer con sentido común, libertad y conocimiento, el ministerio que se le había encomendado. Ábalos –como le acaba de pasar a Margarita Robles- hubo de sacrificar sus creencias y fidelidades personales a favor de la causa, y no tuvo inconveniente alguno en insultar en sus últimos tiempos y de la manera más zafia a los aficionados a los toros, para responder con el ejemplo a las nuevas tendencias dictadas desde Moncloa. Debió costarle un gran esfuerzo porque el ministro no solo es un viejo aficionado a la lidia sino que es hijo de un torero republicano.

Pero esa conversión de un ministerio tradicionalmente gestor en una fontanería encargada de arreglar entuertos de la peor ralea ha terminado mandándolo a casa, porque Ábalos, lejos de ser un personaje sibilino y habilísimo en los subterráneos de la alta política a la usanza de Talleyrand, es en realidad un perfecto indocumentado sin formación ni destreza alguna en la resolución de cuestiones altamente delicadas. Sus intervenciones se han contado por desastres, desde el sainete de la vicepresidenta venezolana al tratamiento de la crisis de “Plus Ultra”. Y ha salpicado su práctica en el ministerio, de comportamientos inadecuados como aquella fuga a Ibiza en plena pandemia, o la sospecha de manejos de carácter económico aprovechando su posición privilegiada. La caída ha sido a plomo: Ni Gobierno, ni partido, ni comunidad valenciana. Sánchez lo ha puesto en la calle. Tras usarlo, claro.

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