Opinión

El todo y la nada

Lo que son las cosas, a Fernando Torres ya no le quiere nadie. Salió del Liverpool donde era figura hacia el Chelsea, el equipo londinense se lo cedió al Milán y el Milán ya no sabe qué hacer con él. Como si fuera una mercancía defectuosa que les han colado por sorpresa, los italianos pretenden devolvérselo a los ingleses pero Torres, para su desgracia, ya no está en garantía y Mourinho no quiere verlo ni en pintura. Ha dicho que el producto está caduco, que mira que las pasó amargas para quitárselo de encima, y que volver a cargar con él pues como que no, muchas gracias. Torres tiene una pinta muy mala a estas alturas y ha pasado de ser uno de los grandes del fútbol europeo a un deshecho de tienta que molesta en todas partes. No es extraño. Siempre ha sido un jugador artificialmente valorado. Cuando fue cedido al Milán sus directivos, a los que el equipo se les ha caído a cachos, supusieron que con el Niño vendrían los goles pero ha marcado uno en lo que va de cesión que es prácticamente lo que va de temporada, y un delantero centro que mete un único gol en tanto tiempo es simplemente un trasto inservible y escandalosamente caro. Es como si un súper millonetis ficha a Ferrán Adriá para que le lleve la cocina y averigua que al egregio cocinero se le ha olvidado su arte culinario y no sabe hacer otra cosa que huevos con patatas. Si además el millonetis es de los rusos, capaz es de mandarle a que cocine debajo del agua.

Es el de Torres un ejemplo de lo que significa serlo todo y no ser nada. Cuentan las lenguas de doble filo que Melendi, todo lo que gana en el asunto de la música –existen en este universo mutable casos triunfantes tan sorprendentes como el de este asturiano- se lo gasta en partidas de póker para pudientes organizadas en un casino clandestino situado en un chalé de la sierra en las que, cuando se pimpla tres gintonics, pierde hasta las pestañas. A Melendi ya le han amenazado con sacudirle en una encerrona con coches por deudas de juego, y no es aventurado sospechar que o se modera o también va a pasar del todo a la nada. En este caso, no como recurso poético sino como verdad desnuda. La vida de los famosos es una vida extraña que a lo mejor no conviene envidiar muy intensamente. Es posible que resulte más sensato y menos perjudicial no tener dónde caerse muerto.

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