Opinión

Un papel de rey

Quique San Francisco era un actor cojonudo, utilizando en esta sincera loa, uno de los términos que más le gustaban

Cuando uno escribe una novela en tiempos de supremacía de la imagen, uno de manera inconsciente intenta percibir cómo podría trascurrir su obra en la pantalla, porque a estas alturas del devenir humano, la escritura no es capaz de contentar los gustos de un público más acostumbrado a ver que a leer las grandes y pequeñas gestas literarias, y uno idea y escribe ahora, aún sin quererlo, con mentalidad cinematográfica. Eso no le pasaba a Don Miguel de Cervantes, y mira la cantidad de veces que su pareja universal ha aparecido en el cine y en la televisión o ha inspirado otras parejas cortadas por la misma tijera que Don Quijote y Sancho, digo yo, Sherlock y Watson, William de Baskerville, Adso de Melk, Crusoe y Viernes... Tampoco le ocurrió a Bram Stoker, si bien es verdad que fue su viuda quien entró en conflicto con el recién nacido cinematógrafo, y se las tuvo tiesas preservando los derechos de “Drácula”, la obra maestra de su marido cuya defensa la llevó a los tribunales. De hecho, el juez falló a su favor y ordenó la destrucción de todas las copias de “Nosferatu”, menos mal que algunas se salvaron. A Pérez Galdós no le iba mucho el cine pero dicen que Azorín era un devoto del séptimo arte.

Personalmente, y pensando en la modesta obrita que yo he tenido el incomparable placer de escribir, no tenía otro personaje fijo para encarnar un papel que el del rey Carlos III en el muy hipotético caso de que alguna productora se acordara de mi novela lo cual, al parecer, no es fácil. Si esa concatenación de azares se produjera, no sabría a quien adjudicar los papeles de la pareja protagonista, ni se me habría ocurrido pensar en los actores que dieran vida a las criaturas secundarias salvo el monarca ilustrado que tenía dueño desde la casilla de salida. Quique San Francisco sería su propietario indiscutible, y ahora qué hago yo si se me ha ido con solo 66 años y una carrera aún por delante que debía haberle hecho justicia porque, además de un personaje atrabiliario y más real que la vida misma –y mira que le dio sopapos- Quique San Francisco era un actor cojonudo, utilizando en esta sincera loa, uno de los términos que más le gustaban.

Quique San Francisco ya no hará un papel en mi película y bien que lo siento y eso que, al fin y el cabo, tampoco esa película se hará nunca. Y sin Quique, menos.

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