Opinión

Un tiempo adelantado

La Navidad es una época muy tierna y muy bonita pero en mi opinión se ha sobrevalorado. Antes, cuando se reducía a su hábitat original contado a partir de la segunda semana del mes de diciembre, conservaba intactas todas sus virtudes, aquellas que dependen de su longitud y presencia cuando el calendario lo dice, el cuerpo lo pide y la época lo facilita. Sin embargo, nos ha dado en estos últimos años por iniciar la Navidad nada más doblar la toalla y el bikini, y así no hay manera de otorgar a cada cosa su valor y disfrutarla como es debido. Desde hace un par de semanas, el alumbrado con el que Vigo va a sorprender a todo el orbe y para el que ya se están anunciando viajes y visitas guiadas que se dirigen a esta ciudad en caravanas procedentes de todos los rincones del mundo, ya está colgado de sus calles y plazas aunque permanece apagado a la espera del magno acto del encendido. Eso ocurre al parecer en muchas otras ciudades del país, componiendo un fenómeno que corre parejo con la instalación de abetos y otros artículos navideños ya en la segunda mitad del mes de octubre en muchos establecimientos públicos. Cuando se produce este avance para el que no encuentro explicación lógica, trato de refugiarme en algunos bares que no los tienen. Sinceramente, me produce una enorme desazón esa hoy extendida costumbre de comenzar a celebrar la Navidad mucho antes de lo que dictamina el sentido común, lo que a mi me produce muy mal efecto.

A mí y a muchas otras personas, lo cual es, a mi juicio perfectamente comprensible. Si bien la época navideña es un periodo muy provechoso desde el punto de vista comercial, estirarlo de la manera en que ahora se estira terminará resultando contraproducente y acabará por matar la gallina de los huevos de oro. No conviene abusar.

Y luego está el aspecto puramente sentimental de la jugada que tampoco conviene dejar atrás y que ya está consiguiendo que el tiempo de Navidad adquiera un tinte de obligación y rutina capaz de desnaturalizar el fenómeno y vulgarizarlo al máximo. La Navidad ya no es como antaño un momento entrañable y tierno sino una locura de casi dos meses de extensión que te obliga, te aburre y te esquilma.

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