Opinión

La vergüenza de un ministro

Entre los ministros que personalmente tenía por irreprochables estaba Fernando Grande Marlaska, que había desarrollado una tarea admirable como juez y con el que la sociedad mantenía una deuda de gratitud por su abnegada tarea ejerciendo su ministerio en ámbitos francamente hostiles. El magistrado vasco se jugó incluso la vida para defender la causa de la Justicia, y se manifestó como un personaje reflexivo, comprensivo, solidario, comprometido y fiable. 

Desgraciadamente para él y para todos nosotros, ha sido nombrarlo ministro y empeñarse en descerrajar el envidiable caudal de prestigio que había sido capaz de almacenar durante años sirviendo a una justa causa. El Marlaska convertido en uno de los pilares del Gobierno de Pedro Sánchez es un sujeto irreconocible, receloso, dubitativo y mediocre, que se equivoca cada dos por tres y se deja llevar por odios y amores como si en cada una de sus actitudes mostrara un cuya raíz no es fácil de averiguar pero que lo está machacando. Y además, es un incompetente que es aún más triste.

Su lamentable deriva en el caso del general Diego Pérez de los Cobos, máximo responsable de la Guardia Civil en la comunidad de Madrid, ha sido la gota que ha colmado el vaso porque el episodio ha concluido en una humillante derrota. Todos los trucos y trapacerías que el ministro ha ido sumando a lo largo de su presencia en el ministerio han acabado surgiendo de golpe para asestarle un golpe durísimo del que es muy difícil resarcirse. La sentencia de los tribunales que invalidan la orden de cese del ministro y ordenan la restitución del  guardia civil en el puesto del que la soberbia del responsable de Interior ordenó desalojarlo, no solo es demoledora por su propia significación, pues obliga a Grande Marlaska a negarse a sí mismo y a restituir a quien castigó injustamente, sino y sobre todo, por el argumento que utiliza para ordenar su cumplimiento. Se prueba que el ministro cesó al general jefe de la comandancia de Madrid por cumplir con su deber. Es decir, quería obligarlo a traicionar sus propios principios y los del cuerpo en el que sirve. El general se negó y Marlaska lo puso en la calle.

El asunto es tan vergonzoso que Marlaska debe dimitir. No lo hará, pero quedará marcado de por vida. Aunque permanezca, su prestigio está quebrado y ya no vale. Ni para juez, naturalmente. 

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