Opinión

La vida de los otros

La creciente amenaza del islamismo extremo ha introducido en el viejo continente un argumento de una trascendencia tal que el resto de los problemas cotidianos entre los que se debatía la política, la economía y el compromiso social de la Europa única han pasado por el momento a mejor vida tras los sucesos de París y la constancia clara e indiscutible de que esto va en serio y los yihadistas ya no se contentan con ejercer su salvaje actitud en los territorios que le son propios sino que se han decidido a llevar a cabo acciones de castigo en cualquier lugar del mundo. Nadie por tanto está a salvo de una amenaza semejante, y ante esta conclusión desgraciadamente segura y perfectamente demostrable no cabe otra cosa que apelar a la unidad, fomentar la decidida colaboración entre los países amenazados y poner a trabajar con más ahínco si cabe a sus jueces, policías y servicios especiales.

Ante un panorama tan negro como el que asoma y ante la presencia del miedo que pone en guardia cualquier actuación cotidiana –desde entrar en un supermercado o desplazarse en tren, en avión o en metro- los cálculos que hace Mario Draghi, las gratuitas largadas de Podemos o las sesiones del Parlamento de Bruselas parece como si tuvieran menos sentido y se hubieran desnudado de trascendencia. No digamos ya el absurdo comportamiento de algunos de nuestros presidentes autonómicos empeñados en vivir en el ridículo como le pasa a ese presidente canario que hace una fiesta cuando le han dicho que no tiene petróleo en sus aguas, o el irreductible Artur Más, empecinado en su frenesí de siempre sin entender que al mundo que avanza por este siglo XXI las apetencias nacionalistas catalanas son una gota perdida en un océano de prioridades. Cataluña ha sido secuestrada por este orate sumergido en una campaña permanente que solo abandonará cuando las circunstancias le manden a su casa.

Europa vive ahora pensando en otras cuestiones que esta independencia de guante blanco o la comedia bufa que ha decidido protagonizar el presidente de Canarias. Cualquiera en su sano juicio saltaría de placer si estuviera sentado en una bolsa de petróleo y él sin embargo se alegra de que no lo haya. No nos merecemos estos personajes.

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