Opinión

Graciñas, Santidad

Desde el Finisterre (o fin de la Tierra), le envío esta carta-artículo. Aunque me llega tarde a mis 84 años, recibo la exhortación “La alegría del amor”, donde usted da un paso adelante, ¡que ya era hora que un Papa Santo como usted dejara claras algunas cosas que nos torturaron a muchos cristianos! Ya escribí en estas mismas páginas que “Su Santidad era un aire fresco del que estaba necesitada la Iglesia Católica”. Y usted no nos defrauda a quienes creemos que Jesús, el hijo del Padre, vino a salvarnos, no a condenarnos, como nos predicaron docenas de sacerdotes, religiosos y obispos.

Aquí, en Ourense, en esta diócesis, hubo un obispo castellano que le negó la entrada en el templo a un joven fallecido en circunstancias extrañas, que aquel monseñor castellano creyó un suicidio. Coincido con Santa Teresa de Jesús, que ante un caso de suicidio dijo que “entre el puente y el río estaba Dios”, y con Su Santidad, que afirmó: “¿Quién soy yo para condenar a un homosexual que busca a Dios?”.

Ahora nos habla de que a “las personas divorciadas que viven en nueva unión es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que no están excomulgadas”. Y les dice a los sacerdotes: “Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones irregulares, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas”. Y añade: “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la ideología del Evangelio”. Pues mire Santidad, aquí un miembro del Opus Dei le escribió una carta un hermano suyo comunista diciéndole que “le iba a condenar”. Así entiende esta gente que se consideran los “selectos”, reprimidos ellos, como dijo su fundador: “Tú del montón, si naciste para Caudillo”.

Nos alegra a muchos cristianos, Su Santidad, el Pueblo de Dios está con usted, téngalo por seguro. Nos alegra escuchar que “el erotismo es un don de Dios”, y que “de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido, como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos”. Pues aquí los hay que predican que ese erotismo tiene que ser a oscuras, como si fuera pecado admirar “la dimensión erótica”. Créame, y supongo que ya lo sabe, que lo van a poner verde los que son como ese obispo italiano que, aunque después se retractó, pedía que la “Virgen se acordara de usted y lo enviara al cielo”. Así entienden los inquisidores, los “ortodoxos” (eso se creen ellos), la esperanza de salvación. Claro que el aborto no es un derecho, es un drama, un crimen. Que el Dios en que Su Santidad cree le llevará al cielo cuando sea su hora, no ahora, como piden los inquisidores de nuestra Santa Madre Iglesia.

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