Opinión

Agresiones entre médicos y enfermos

Cada vez que se publican las cifras de agresiones anuales de pacientes a sanitarios, me pregunto cuántas de ellas fueron obra de brutos y maleducados y cuántas se pudieron haber evitado sencillamente con que el médico o la enfermera tuvieran más proximidad hacia el enfermo. Partiendo de la base de que el que acude a una consulta va con el ánimo vulnerable, temeroso, desconfiado, ignorante y que con frecuencia está desnudo en alguna parte de su cuerpo (también es cierto que los médicos deben de estar hartos de ver cuerpos feos), a veces un tono desabrido, una falta de atención, como no retirar la vista del ordenador mientras habla con el enfermo (un amigo mío médico que está viviendo y descubriendo la experiencia de ser paciente bromea con que la próxima cita la pedirá con el ordenador en lugar de con el médico) o quedarse corto en las explicaciones debidas producen malestar y, en algunos casos, agresividad en el paciente.

Es cierto que hay mucho paciente pelma y abusón y en todas las profesiones hemos tenido que aprender a tratar con ellos. En la Seguridad Social, a la que venero y defiendo, es muy frecuente que el médico no se identifique como tal cuando aparece ante el enfermo tumbado en la camilla (más de uno lleva tapado el nombre en el bolsillo de la bata con un montón de bolígrafos u otros objetos), con lo cual no sabes si estás contándole tu vida a un celador, un auxiliar o un señor que pasaba por allí. Algunos son reacios a explicar qué te van a hacer y tampoco les gusta que les preguntes demasiado. Que todo esto son pijaditas ante la gran labor que realizan..., posiblemente, pero las grandes obras suelen ser el resultado de pijaditas. 

Tengo que reconocer que esta actitud es poco frecuente en los médicos de familia (desde luego el mío no actúa así) y abunda en las especialidades, donde la barrera entre médico y paciente es mayor y apenas hay trato personal. Hace unos años, en Barcelona, hicieron un estudio sobre este tema y la conclusión fue que muchos conflictos podrían evitarse con un poco más de empatía y sensibilidad hacia el paciente. 

Ejemplo reciente: La médico que me está explorando las tetas le dice a la enfermera: “Fulanita, prepara (no recuerdo la palabra ) para Isabel”. Pregunto: “¿Qué es eso?” Respuesta: “Una prueba”… Pregunto: “¿Cuánto tiempo dura?” Respuesta, con tonillo de impaciencia y de “no dé la lata”: “El que sea necesario”… Lo primero que me salió fue llamarle “áspera”, y cuando acabó de extraerme no sé qué de la teta le di las gracias por su trabajo, que sin duda hacia bien, y le sugerí que la próxima vez fuera menos desabrida y no diera esas respuestas de Perogrullo. Se fue muy digna, diciendo que no quería discutir conmigo, sin admitir mi derecho a preguntar y no hizo nada por suavizar el pequeño conflicto. Esta actitud es bastante frecuente en la SS (a la que venero y defiendo) porque me temo que algunos profesionales no tienen muy asumido que lo suyo es un servicio al ciudadano y han perdido eso que se llama humanidad. Claro que también tengo un ejemplo contrario del día en que un urólogo y su MIR me recibieron poniéndose de pie, dándome la mano, preguntándome como estaba, mirándome a la cara mientras me explicaba con sencillez y con detalle lo que no tenía, ¡a Dios gracias!, y poniéndose de pie otra vez para despedirme. Fue una excepción muy agradable. Son actitudes que no hacen daño a nadie y posiblemente eviten agresiones y malos modos. Todo lo dicho no me impide el reconocimiento del buen trabajo de los sanitarios durante la asquerosa pandemia, a los que me niego a llamar héroes porque creo que lo suyo es profesionalidad y responsabilidad, más importantes, creo yo, que la heroicidad. 

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