Opinión

Cuando el olor a fritanga de tu pelo no te deja dormir

Un grupo de amigos hicimos una lista de bares de la ciudad a los que no queremos entrar. No porque no nos guste lo que nos ofrecen, ni cómo nos lo ofrecen (que a veces también), sino por el horrible olor a fritanga con el que se sale de allí.  Meterte en la cama y sentir la sensación de que tu propio pelo -o el de tu acompañante en el lecho del placer- trasmite un asqueroso olor a aceite malo, frito y refrito varias veces, no debería ser el castigo merecido por reírte y tontear con tus amigos en la barra del bar. Pero lo es. En esta lista de lugares a no frecuentar está el caso singular del propietario de un bar que monta una “sucursal” en un local abandonado hace poco por otro bar que no olía. Pues el nuevo, va ¡y huele!…

Buscando culpables, el primero, sin duda, es el propietario que no pone los medios suficientes para evitar que sus clientes escapen, aunque tambien es cierto que hay muchos, como él, a los que no molesta el mal olor.

Pero cuando el olor de marras que te obliga a meterte en la ducha al llegar a casa y meter la ropa en la lavadora, traspasa las puertas y ventanas del bar y se expande por toda la plaza, la responsabilidad pasa a ser municipal por no hacer cumplir la normativa que castiga lanzar a la calle, a los vecinos y a los clientes de la terraza del bar de al lado, los olores del interior. Puestos a exagerar, propongo que a los camareros de estos locales –el propietario allá él y su derecho a perfumarse como más le guste y a espantar a los clientes de la manera más burda- se les reconozca que el olor con el que regresan a sus casas sea reconocido como “enfermedad profesional”. Esto último es una tontada, lo anterior no.

No sé a qué esperan los distribuidores de aceite y los vendedores de aspersores para darse un baño de fritanga por estos bares y sugerirles soluciones. Si les da repelús puedo facilitarles mi lista.

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