Opinión

¡Maldita jubilación!

Corrían los años sesenta del siglo pasado; yo era estudiante en Madrid y el peluquero Llon- gueras empezaba a hacerse famoso. Un día fui a una de sus peluquerías y, cuando me echa el ojo encima, me pregunta: “¿Quién te cortó el pelo?” “Mi peluquera de Orense, Mary Nieves”, le contes- té. “¡Que raro que una mujer haga tan buen corte!”, fue su observación. Mi madre me llevo por primera vez a la peluquería “Cibeles”, situada en las únicasgalerías arquitectónicamente interesantes de la ciudad, las Galerías Centrales. Tenía poco más de 20 años y, hasta el pasado sába- do, le fui totalmente fiel, incluso cuando cambió de nombre y pasó a llamarse “MariNieves”.Durante más de 30 años Nieves,

Ana, Rosa y María Teresa siguieron mi trayectoria vital: el fin de mis estudios, mis primeros trabajos, los novios, los amigos, las fechas y situaciones en las que quería estar guapa. Yo mientras tanto seguía la suya: sus primeros novios, sus embarazos, sus familiares fallecidos, hasta llegar en algunos casos hasta sus nietos. En la peluquería de Mary Nieves se hablaba bajo -aunque no faltaban las inevitables pelmas que cotorreaban hasta de lo que veían en el “Hola”-, había cordialidad, pero mucha discreción y respeto y no exageraban el mal estado de tu pelo pa- ra venderte productos innecesarios. Ya se sabe que a las que tienen el pelo liso les gustan los peinados rizados, y a las de pelo naturalmente rizado les pi-ran las melenas adolescentes y lisas. Nieves no te engañaba. Te decía la verdad: que aquello no era po- sible a no ser que te pusieras muy burra. Sus masajes y sus lavados de cabeza eran inigualables y alguna vez me inventé un dolor de cabeza para merecerme un masaje. Con el tiempo, Rosa, Ana y María Teresa tampoco los hacían mal.

Durante años, Mary Nieves viajaba por el mundo para ponerse al día de las últimas novedades quedespués experimentaba en mi ca- beza, por que las dos éramos jóvenes y teníamos curiosidad por lo nuevo. Muchas veces, cuando el resultado nos gustaba tanto, Reza, el llorado fotógrafo de este pe- riódico, inmortalizaba el peinado para nuestro placer. Me temo que no voy a encontrar quien me ha- ga las “ondas al agua” con el pro- fesional remeneo de muñeca con que las hacía ella.

Siempre sospeché que debió de sufrir mucho peinando y cortando durante años el mismo modelo a muchas de sus clientas, pero nunca hizo el más mínimo reproche ni comentario. Cuando me anunció que se jubilaba y cerraba, las amenace a las cuatro con que se les iba a poner cara de jubiladas y culos de secretarias –a ellas, que pasaron incalculables horas de pie-. Con ellas se va parte de mi historia cotidiana. De despedida le pedí a Mary Nieves que me lavara ella la cabeza por última vez . ¡Maldita jubilación! 

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