Opinión

¿Qué hacemos con el Jardín del Posío?

El Posío es un jardín recogido y cerrado, como esos jardines privados  de Londres que tanto nos gustan a los visitantes. Es, o debería ser, un  lugar en el que se pudiera pisar tierra, como ocurre en los jardines portugueses. El Posío tiene historia como todos los jardines interesantes del mundo.

 Allí se paseaba, pelaban la pava los alumnos del instituto, se bailaba en las verbenas, especialmente durante la organizada por los periodistas locales. Tiene, o tenía, espacios bien definidos: bosque en la parte superior, pista de paseo en la central  y flores en la parte baja. Entrar en el Posío por la puerta que da a la calle del Progreso y cruzar el paseo jalonado por palmeras (aunque a algunas se las halla comido un bichito asqueroso), es un placer para la vista.

  De acuerdo, todo esto es nostalgia, pero también es memoria histórica de la ciudad que  se trasmite de unos a otros. Le sobran pasarelas de piedra, pistas de cemento, edificios  de cafetería feos. Le faltan árboles, flores y paseos cuidados. 

El Posío debería recuperar su aire romántico, recogido, cerrado y a oscuras por la noche, un rincón en el centro de la ciudad que enseñe a los niños orensanos que hay otras maneras de pasarlo bien, más allá de los uniformados y aburridos parques infantiles, que les enseñe que Orense fue ciudad hace mucho tiempo y que ni siquiera ellos son dueños del espacio común ciudadano. Que sepan los niños que la historia de la ciudad y la de sus papás y abuelos está también en un jardín como el Posío.

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