Opinión

Ahora toca descansar

La inmortalidad ha sido, y es, uno de los deseos más fervientes del ser humano. La muerte, con ser un proceso natural de la vida con la que topamos a diario, se quiere muy lejos, y a ser posible, su desaparición total. Es sumamente interesante sumergirse en el capítulo histórico que trata de la búsqueda de ese precioso talismán que dota del poder de vivir eternamente. Las posibilidades imaginativas han sido incontables, un amplísimo abanico en el que el prodigio podía tomar la forma de cualquier elemento existente, agua, fuego, tierra, aire, animal, mineral, o sacrificio humano. Fue la búsqueda por antonomasia en todas las culturas y religiones, desde las más antiguas a las más modernas. 

Las mitologías creadas por la necesidad y la inseguridad frente al hermoso y aterrador cosmos, diseñaron a los dioses inmortales, y estos, caprichosamente, se emparentaron muy a menudo con sus creadores mortales. ¡Qué paradoja! Pero los “descendientes” de esa divina magnanimidad, no poseían la gracia apetecida y dejaban el mundo tras una tarea incansable para encontrar el preciado amuleto. Ahora toca descansar, porque para ello ya no se precisan ni fuentes, ni piedras, ni trasmutaciones, ni elixires, ni hongos, ni nada de todo lo que alimentaban las leyendas, que, ¡a saber!, porque todo mito tiene su base real. Y esa base se asienta ahora en los laboratorios, y sobre ella se trabaja. 

No para prolongar la vida hasta el infinito, pero sí para retrasar la vejez y por lo tanto alargar los años hasta los 115, según Nir Barzilai, director del Instituto de Investigación sobre el Envejecimiento de la Facultad de Medicina Albert Einstein, y autor de “Age Later”. En la época antigua, como la romana, la media de vida en general, era de 30 a 35 años. Pero en el siglo XX se dio el gran salto y, por ejemplo, en Estados Unidos pasó a ser de 65 años para los hombres a 71 para las mujeres. La vida a estas alturas se prolonga de manera vertiginosa. Los 80 ya quedan atrás y se va a ese punto de su caducidad pronosticado por algunos expertos: de 120 a 125 años. Sin embargo hay científicos como la bióloga Bárbara Ehrenreich, víctima sanada de grave enfermedad, que no aconsejan esta prolongación por los sufrimientos implícitos que exige burlar a la muerte. Anima a aprender a vivir con ella, y asumir la mortalidad. Pero eso no es nada fácil.

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