Opinión

Álbum de recuerdos

El otoño es tiempo de ensoñación, de recuerdos, de recogerse en la confortabilidad del hogar. Las hojas que caen de los árboles, al mecerse lentas en el vacío, semejan el reloj que mide los minutos de las horas que ya no vuelven más. Como algunos anuarios que se deshojan día a día para que nadie se confunda entre el pasado y el futuro, entre el ayer y el mañana. Siempre el tiempo presente. El tiempo, que según definiciones, “es la magnitud con que medimos la duración o separación de acontecimientos sujetos a cambio, de los sistemas sujetos a observación”. Y esa medida se incardina en la conciencia humana con la dificultad que supone calibrarla en sus justos límites. 

Porque todo es subjetivo y hace imposible retener su verdadera dimensión. Solo la plasmación del momento, retazos de un espacio creativo y de acontecimientos útiles, puede servir de idea o incentivar la creación del ambiente, la circunstancia y la acción. Y todo eso, o casi todo, es lo que recogen las viejas fotografías guardadas en un casi ya olvidado álbum, que permanece dormido en una estantería o en un cajón. Sin embargo, a pesar de los años transcurridos y la evolución temporal, conservan el ambiente, la circunstancia y la acción en sus tonos sepia, blanco o de color. Ellas nos sitúan en un mundo que ya no es nuestro, pero que lo fue. Al mirarlas parece que vemos a otras personas que no somos nosotros. Las modas pasaron por muchas fases, lo mismo que la fisonomía de las ciudades, de la propia casa. Los adelantos de todo tipo, los estilos de peinado, de maquillaje. Y sobre todo la juventud que muestran esos trozos de papel que contienen parte de la historia, de nuestra historia. 

En ellas se encuentra un abanico de luces y sombras, volúmenes, trazos, naturalezas y humanidad. Lágrimas y risas, referencias varias, inquietudes,  inspiración y complacencia. Allí están los bebés con la sonrisa del descubridor, los abuelos con su mirada sabia, los padres apoyados uno en otro, y nosotros. Pero algunos ya no están, otros crecieron. Ya no parecemos los mismos. Decía el sabio que aunque te bañes en el mismo río, nunca lo harás en la misma agua. Jamás será igual lo visto, lo experimentado y sentido una vez. Por eso las fotografías antiguas son tan importantes. Captan la esencia del objeto, testifican el acontecer de los tiempos, dan fe documental.

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