Opinión

Centenario

Rita: no importa su nombre verdadero. Siempre será Rita reconvertida en Gilda. Rita Hayworth nació en Nueva York hace cien años. Ahora se celebra ese centenario. A pesar de tener una niñez y juventud desgraciada, abusos y violaciones por parte de su padre, y de hallar piedras en el camino ante las que nunca cedió, su belleza pudo con todo hasta consagrarla como una diosa del nuevo Olimpo, monte de sueños. Así como el Génesis dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, el humano necesita crear dioses y mitos a semejanza de él mismo, para adorarlos y adorarse en ellos. Por eso inventó las mitologías en las que las divinidades representan la verdadera naturaleza de sus creadores. Odios, venganzas, crueldades, envidias…, también inocencia y sobre todo belleza. 

Pero una vez desechadas éstas por la evolución de los tiempos, quedó un vacío profundo que sobrepasaba el poder de la razón. Las sociedades no pueden sobrevivir sin héroes reales o ficticios, sin guías, sin referencias de valores que les impele a mirar más allá de su sombra. Y Rita difuminada en Gilda, se alzó ante los ojos de un mundo sumido en horribles conflictos bélicos, como la diosa más esplendorosa y perfecta, cuya amplia sonrisa iluminaba las oscuridades del presente. Fue un fenómeno social y cultural glorioso que arrasó fronteras como un huracán que deja huellas a través del tiempo. Bolsos Gilda, zapatos Gilda, todo era Gilda… Gilda cantaba, bailaba… Gilda, protagonista sin igual de una de las mejores películas de cine negro que se hayan rodado nunca. 

Escándalo, pasión, suicidios, ambigüedades, y el estriptis de un guante que la imaginación popular elevó a desnudo integral. Tal era la fuerza y el erotismo de Gilda frente a un antagonista encarnado por un galán clásico, inigualable y mítico también: Glenn Ford, quien según los rumores de aquel Hollywood que fue y nunca volverá, estuvo durante toda su vida enamorado de ella. Gilda prohibida, admirada, envidiada, adorada, imitada, deseada… Aquel “Amado mío” todavía resuena en el recuerdo de una época que iba a modificar el mundo conocido hasta entonces. Rita, cuya luz refulgente durante unos años se alejó en un ocaso triste hasta entrar suave pero decidida en la noche impenetrable de esa orfandad llamada alzhéimer, hasta desaparecer. Pero, vive. El celuloide inmortaliza a los dioses.

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