Opinión

Una cosa es la teoría

No sé si últimamente se me escapan ciertas novedades literarias. Lo cierto es que, aunque no se frecuentasen tales lecturas, nadie podía escaparse de saber que determinados libros se vendían como rosquillas. Eran otros tiempos no lejanos, en que se creían cosas, en que las librerías se llenaban de títulos orientativos para aprender bien cómo hacer amigos, como ganar dinero rápido, como caer simpático a la gente, como atraer al otro, como ser el centro del universo, y mucho más y solo en quince días. Vamos, que quien leía el libro, ya pasaba a ser instantáneamente, casi, casi, el rey del mundo. Pero según me cuentan algunas personas que los compraron, leyeron y practicaron sus bienintencionados pareceres, después de todo ello comprobaron que los amigos no se agolpaban a su alrededor, ni ganaban dinero a espuertas, ni el otro se acercaba un palmo más, ni la gente les sonreía a su paso, ni se convertían en el ombligo del mundo, ni siquiera en el de su casa. 

Al llegar la noche tenían que bajar la bolsa de la basura como era costumbre, porque nadie se ofrecía a hacerles el trabajo. Después de algún tiempo, al encontrarlas y charlar sobre pasado y presente, me comentaron llenas de razón que una cosa es la teoría y otra la practica real. Quienes seguro que ganaron dinero a espuertas fueron los autores que con toda su buena fe escribían para que nadie se sintiera desgraciado y todo el mundo fuese plenamente feliz, como ellos al revisar sus ingresos en el banco. 

Es curioso como la ingenuidad se deja engañar fácilmente. Pero antes y después el sueño existe y ahora son otros sistemas, que eso sí, salen al paso. No se leen esos libros, creo yo. Y creo yo, que tampoco interesa mucho caer simpático, o no. Porque eso ya es fácil. Se coge internet y se chatea con conocidos y desconocidos, los que se quieran. Y ahí se puede ser la persona perfecta, el ideal de los ideales. O también se puede ir a cenar a la televisión y conocer a su “prototipo” como suelen decir los asistentes. Todo es mucho más fácil sin necesidad de “tragarse” un “tocho”. Todo es más ligero, más sencillo, más al momento. Y además, se vive la felicidad plena porque se consigue ese minuto de gloria, cuyo recuerdo, creo yo, que queda grabado para siempre que quiera repetirse la hazaña. Es la televisión en color que mira y enseña. Es la ventana al mundo.

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