Opinión

El dedo ausente

Hay seres recalcitrantes y tacaños, capaces de perder la vida por no perder el valor de un euro. Casos hay que quedan como ejemplo de las barbaridades que algunos perpetran contra sí mismos. Porque, ¿cómo se puede seguir bailando con intensos dolores producidos por haber perdido un dedo, en el intento gamberril de arrancar una alarma de incendios sin señal alguna de fuego? Ese es el caso del londinense Josh, del barrio de Croydon. Un individuo de dieciséis años que pese al daño sufrido y al estado de dolor en el que se hallaba, no quiso dar por perdido el fruto de lo pagado, según él exagerado, por entrar a un baile ilegal. Pero pese a su desgracia, siguió danzando durante media hora hasta que la tortura venció sus ganas de apurar su inversión. Cosas que recuerdan aquel cuento del que iba por un camino pedregoso descalzo, con los pies ensangrentados y con los zapatos en la mano, y que al ser preguntado por un comportamiento tan extraño, respondió que no quería estropear el calzado. Josh debió pensar lo mismo: que más valía dar cuatro saltos con ruido de fondo, que irse de inmediato a un médico que por lo menos le aliviara el estropicio. En una entrevista a The Independent, aseguró que oyó tocar la alarma de incendios y que para evitar que algún vecino avisara a la policía, bonito razonamiento, intento eliminar el objeto del ruido dejándose un dedo en el intento. O sea, que en todo caso, prefería arder entre terribles sufrimientos a que la autoridad parase el bailongo y él dejara de mover el esqueleto. Este ente incalificable dentro de la escala zoológica, vio como perdía el apéndice, con el hueso sobresaliendo, admirándose de cómo su meñique en un momento estaba allí y al otro momento ya no estaba. ¡Magia Borrás! Pero, qué más daba. Si el dedo no estaba en su lugar de costumbre era lo de menos. El caso era seguir la juerga, que para eso había dejado allí sus poderes monetarios. Según sus palabras, estaba sobrio en ese momento. Pero lo más urgente que se le ocurrió tras la pérdida del dátil, fue arrancarse la camiseta y enrollarla fuertemente alrededor del ausente y proseguir de nuevo en la vorágine de la pista. Poco después de que un “colega” le llevara al hospital, colgó su foto en Internet contando su gran hazaña, mientras, sus amigos “fumetas”, encontraban su dedo y jugaban con él. ¡Qué ejemplaridad!

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