Opinión

Desnudos

No puedo creer, queridos lectores, que se pueda aburrir nadie en estos tiempos de zozobra pero también de abundancia de medios lúdicos de los que dispone la sociedad. Desde los últimos avances técnicos a los imaginativos que cada cual adopta según apetencia, o aquellos que suelen suponer una barbaridad, pero que hay quien los practica con la asunción de todas sus consecuencias, riesgos y peligros. Luego hay los de siempre: parques temáticos, cine, teatro, conferencias, exposiciones, música, fotografía, y un largo etc. lleno de posibilidades a gusto del consumidor. Sin embargo y a pesar de todo el abanico abierto al ocio, cada día se inventa un nuevo juego o distracción para los no satisfechos. 

¿Qué hacer en estos casos? Resolver el problema para algunos puede resultar muy fácil. Esta es una época en la que cabe todo, y todo vale. Cualquier cosa. Ideas, ocurrencias absurdas o lógicas…, y muchas veces tontas tontísimas. Para ellas no se requiere nada más que poner en marcha la simpleza o la estupidez, dos condiciones actualmente bastante valoradas dadas su abundancia y la devoción con que se recurre a ellas. Se sentían aburridos cuenta la noticia. Por ello no encontraron otra solución que irse al Museo del Prado, ponerse frente a los bellísimos cuadros de Adán y Eva, ya saben, los de Alberto Durero, tan conocidos, tan famosos, tan admirados…, y quitarse la ropa. Hay que ver que iniciativa tan intelectual y digna de ser contemplada. Contemplada ya sin estupor alguno, claro. 

Porque la costumbre de ver sandeces hace callo en las personas que día a día las tienen que aguantar. El inteligente argumento para justificar la exhibición fue que esta sociedad les parecía una parida. Y eso puede ser verdad, porque para albergar a dos tontos tan tontos por fuerza tiene que ser así. Y de esta guisa aliviaron su aburrimiento por un instante de gloria, la pareja Adrián Pino y Jet Brül.

Naturalmente y de forma inmediata fueron sacados del museo, donde quedó la impronta de su genio artístico ante un cuadro que posiblemente ni miraron. Durero, desde su descanso eterno, debió de quedar profundamente deslumbrado ante la capacidad de Pino y Brül para hacer el ridículo públicamente. Y menos mal que solo fue eso y no plantificaron su firma en la pintura. Que a todo llegan estos descontentos de la vida, generalmente bien forrados.

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