Opinión

Dueñas del aire

Este año tuve la gran suerte de contemplar muy de cerca una considerable variación de aves en libertad. Eran distintas y pertenecientes al mundo de las que pueblan los árboles. El colorido era precioso en cada una. Las veía acudir al comedero transparente que habían colocado en mi ventana, y me fascinaba el ir y venir de aquellos cuerpecillos, su ligereza, su actividad laboriosa, su gracia y su arte al limpiar los granos, el vuelo siempre incansable, el columpiarse en las ramas y el desparpajo que mostraban ante quien les miraba. No esperaban daño alguno. Al contrario, en casi todos los jardines encontraban su refectorio, generalmente colgante. Se les regalaba el sustento al que acudían velozmente desde lejos. Eran dueñas del espacio y del aire. 

Y me admiraba más aún, al pensar que esas plumas tan sedosas y al mismo tiempo tan fuertes, según los expertos en la evolución, antes habían sido escamas de animales que de encontrarnos hoy con ellos nos aterrarían. Allí estaban los pájaros carpinteros, los pequeños colibrís para los cuales los comederos son diferentes a los demás. Las tapas de los objetos que contienen su alimento están hechos con agujeros casi minúsculos, para que puedan introducir sus finísimos picos curvos y largos, sin que las otras aves puedan acceder al interior en busca de la pitanza. Es un mundo extraordinariamente interesante. Hay tiendas especializadas para estos fines y presentan su preciosa mercancía de mil formas y colores. Son como juguetes ideales para el encantamiento de ese universo alado que expresa su misterio de mil maneras. Cada ave en sí misma contiene todas las operaciones matemáticas necesarias para equilibrar su peso e incluso poder sostenerse con una sola pata, como los flamencos. 

Otra cosa que me sorprendió, esta vez en San Agustín, fueron los pavos reales subidos a las ramas de los árboles con una facilidad digna de encomio. Era increíble que semejantes cuerpos no se cayeran de sitios aparentemente tan endebles. Tan icónicos, tan presumidos… Pero ¿qué orfebre diseñó ese extraño plumaje digno de ser considerado una perfecta obra de arte? Cuenta la mitología griega que el rey Argos tenía cien ojos siempre vigilantes. Pero a pesar de eso, Hermes le mató. Entonces, la diosa Hera, recogió los ojos, y los puso delicadamente en la cola de este animal tan sumamente hermoso.

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