Opinión

El gripazo

Comienza el nuevo año y uno piensa, “qué bien, vida nueva”. Pero resulta que lo nuevo en tu vida es un despertar con un ojo a la virulé, que por la noche se ha debido de pegar consigo mismo, sin el permiso de nadie y en el más absoluto secreto. Así es la vida. Ante tal novedad, se impone ir al médico, a ver qué ha sido eso, y entonces recuerdas que tienes que consultarle algo más. Qué barbaridad. Ah, y el catarro, ese catarro que ha venido larvándose hace días, sin casi darte cuenta, si no hubiera sido por la molestia que te producía tener un pañuelo siempre a mano. Y no digo pañuelos de papel, hablo de aquellos de tela que aún conservas por aquello de que, “están nuevos, sin estrenar, y es una pena tirarlos”. 

Gracias a ellos todavía conservas bastante bien la nariz, porque no te la irritan con tantas idas y venidas, son suaves, grandes y capaces de dos servicios. Sobre todo para el llanto que te ataca los primeros días, que no dejas de lagrimear inconsolable, como si tuvieses una cebolla abierta y rezumante pegada a los párpados en equilibrio imposible. Los pañuelos, ay, esos pañuelos tanto tiempo guardados y olvidados, sustituidos rápidamente por esas pequeñeces de usar y tirar, más higiénicos, cómodos y prácticos, sin necesidad de lavados ni planchados. ¿Cuántos años hacía que no usabas los antiguos? Claro, así tenías todos los inviernos un porrón en vez de napias. En fin… Y uno se pregunta, ¿pero cómo es posible que me venga este gripazo, si me vacuné como todos los años? Bueno, razonas, es que el “bicho” muta, y trae toda la fuerza de su juventud. Ahí está. 

Luego tienes que echar mano del regaliz. Pero no de ese regaliz que te venden en cajitas, no, me refiero al regaliz, regaliz, original, fuerte, que te mandan en barras gruesas y te llega por encargo. Ese regaliz duro y negro que te cuesta partir en cachitos para poder mantenerlo durante un tiempo en la boca, como si fuera una pastilla, y que te alivia el picor de la garganta como ninguna otra cosa. Uno piensa que si no va a peor, no tiene mayor importancia, porque como dice el saber popular, hay que pasarlo. Sin cuidar dura siete días, con los mejores cuidados, una semana. De todas formas, no te fías, el mejor remedio: ir al médico. Que más vale prevenir que curar. Él es el único que sabrá en cada caso remediar tu problema. Es bueno recordarlo.

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