Opinión

El niño y el oso

No es la primera ni segunda vez, que un niño se pierde en el bosque. No es la primera ni segunda vez que no lo encuentran a pesar de los medios de que se dispone para tales situaciones como helicópteros, perros, batidas por cuerpos especializados y vecinos. Y no es la primera ni la segunda vez, que el niño aparece sano y salvo después de dos noches al raso y a merced de las alimañas. Estos niños, generalmente, aseguran que una señora les protegió y cuidó. Sin embargo la información ahora publicada por The Guardian, da cuenta de que en el presente caso no se ha tratado de ninguna señora misteriosa quien protegió al pequeño, si no de un oso. Un oso que veló a un niño norteamericano perdido en el bosque, salvándole de los posibles peligros. Un oso. Lo dice Casey Hathaway, el pequeño protagonista del caso. ¿Es verdad? ¿No lo es? ¿Juega la imaginación infantil?

Los mundos literarios y cinematográficos nos han regalado relatos y cuentos verdaderos o falsos, con historias parecidas. Cierto que los bosques son un medio extraño y en muchos de ellos la penumbra oculta maravillas camufladas entre el ubérrimo mundo vegetal. En ellos viven no solo un universo de plantas muchas de ellas exóticas, otras más comunes, otras por descubrir, y una fauna incalculable. Son los auténticos pulmones del planeta. Por si ello no bastara, el imaginario humano los dotó de seres de carne y hueso y también espirituales. Seres minúsculos, traviesos, astutos, y seres alados que vuelan a placer o cabalgan sobre pájaros u hojas doradas. Seres que se dividen entre benéficos y maléficos, que nadie ha visto, pero que la inocencia infantil cree. ¿O es que en verdad existen y los ojos adultos tan ocupados en mirar vaciedades no los captan? 

Sea como sea, Casey Hathaway nos hace soñar, emocionarnos y releer nuevamente el inolvidable Libro de la selva, de Rudyard Kipling, y correr las aventuras de Mowgli, Baloo, Baghueera, Shere Khan, junto a otras muchas criaturas que lo pueblan. Como decía alguien que sabía, la infancia es el patio en el que todos jugamos. ¿Por qué no creer a Casey, si él lo cree? Y si lo cree será  verdad, porque las ideas se hacen corpóreas en la mente y en ella viven. Y si así no existieran, ¿qué sería de nosotros sin más horizonte e ilusiones que el materialismo, sin más utopías, sin más ensoñaciones en las que apoyarnos?

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