Opinión

El misterio de las cigalas

Al igual que dicen que cada día acontece un milagro, también acontece un misterio, un poltergeist, en fin, cosas inexplicables que nos asombran, inquietan y confunden. Eso sucedió con el misterio de las cigalas. Estábamos Carmen, Rita, Mary Carmen, Elena, Maribel, Carlota y quien esto escribe, en amena conversación, cuando de pronto, ante nuestra estupefacción, el camarero posó en la mesa el rico y rosado marisco. ¡Oh! ¡Exclamación general! ¿Quién las había pedido? Todas nos miramos nerviosas, mientras nuestras voces al unísono decían un “YO, NO”, rotundo. Y empezamos a mirarnos y a mirar a las cigalas. Y las cigalas a nosotras desde sus ojos apagados. Muchos pares de ojos mirándose desconfiados entre sí. 

Entonces, mi dilecta amiga, Elena Chao, con su decisión acostumbrada cogió los dos platos y empezó a recorrer el largo pasillo del establecimiento en un ir y venir como una nueva Salomé que ofreciera la cabeza duplicada del santo. Pero no. Solo portaba el fresco y brillante crustáceo, en busca de la verdad. Y volvió de nuevo con él, pero sin ella. “Dicen los camareros que son para nosotras”. Su temblorosa y suave voz resbaló en nuestros oídos. Y empezaron las preguntas: ¿Sería un regalo de la casa a aquellas hermosas damas? Pero, no. ¿Las cigalas eran una añagaza? ¿Tendrían cianuro para cometer un cigalicidio? ¿Quién las enviaba y con qué intención? ¿De qué mares y manos procedían? Miramos y remiramos a la tranquila clientela que nos ignoraba, devotamente dicada a sus platos. El misterio planeaba sobre la mesa. Un misterio hondo y profundo, sumido en un silencio que nadie osaba romper. 

De improviso, una blanca y delicada mano agarró una cigala con una fuerza digna de encomio. Y como si se hiciera la luz, todas alargamos las nuestras sin más interrogaciones. El misterio no estaba resuelto pero desaparecía con excesiva rapidez. Las cigalas pasaron raudas a mejor vida. Pero en cada una de nosotras aún anida el oscuro misterio sin resolver, y unas afirmaciones que no dejan lugar a dudas: las cigalas estaban de rechupete. Habría que volver más veces al mismo lugar, para ver, si con suerte, el misterio de las cigalas se repetía. Lo malo es que al final hubo que pagarlas. Al parecer, una confusión del responsable. Turbia respuesta. Palabras que caen en el abismo de lo imposible. La cosa sigue sin estar clara.

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