Opinión

Enamorados

El ser humano vive siempre enamorado. Cada día, cada hora, hay algo o alguien, de quien los ojos se prendan. Porque la belleza, dice la sabiduría popular, no está en el objeto en sí, si no en los ojos que lo miran. Algo que parece ser cierto. De ahí, la sensibilidad, el arte, la poesía, el valor, la piedad, la ilusión y sobre todo, la imaginación… Al margen de los seres queridos, queridísimos, por y para siempre, generalmente las personas tienen en su vida un amor platónico, un amor irreal que hace que su existencia sea más llevadera. Porque con esa ensoñación instalada, según duración del tiempo, en ese mundo utópico, no se lidian los problemas de la realidad, ni hay dificultades, ni ausencias. 

Y ahí quizá se lleven la palma las estrellas del cine. Pero quien se crea que el sujeto receptor del afecto, es el actor, porque lo vale, o en su caso la actriz seductora, posiblemente esté equivocado. No es fulanito de tal, que trabajó en esa u otra película, no. El que realmente es “amado”, es el personaje encarnado por él. No él. E incluso ese ídolo puede ser creado en la mente mientras se lee, se escucha… No es necesario que el ideal en cuestión esté representado por alguien físico, no lo es. Puede uno enamorarse de las palabras que llevan implícita la excelencia humana: “… si tú no hubieras llegado,/ me hubiera desesperado/ de este monte mi furor./ Porque mortal rigor/ un hechizo es que me injuria;/ es un veneno, una furia;/ es un frenesí, un delirio;/ es una pena, un martirio;/ es un tormento, una injuria,/ que ha trocado mi hermosura/ en una horrible fealdad,/ en estrago mi deidad,/ en sombra mi lumbre pura,/ en desdicha mi ventura,/ en tristeza mi alegría,/ en silencio mi armonía,/ en muerto olvido mi fama,/ en vil pavesa mi llama/ y en triste noche mi día”. ¿Cómo no adorar a Calderón? 

Sólo conoces su vida que escribieron otros, su historia más o menos transmitida, pero sí conoces su obra que te llega, que te introduce en el mundo del espíritu, apenas vislumbrado a través de la cotidianeidad. “¡Morir! ¡Dormir, no más! Y con ese sueño, damos término a todos los pesares del corazón y a los mil sacudimientos a que está sujeta la carne: ¡debiéramos desear ansiosamente este fin! ¡Morir, dormir! ¡Sí, dormir, soñar acaso!”. Shakespeare, otro genio que enamora porque habla directo del corazón humano.

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