Opinión

Esos ministerios

No sé ustedes, mis queridos lectores, pero generalmente hay cuatro cosas que requieren respuestas a las miles de veces que se pregunta por ellas. A saber: las gafas, el móvil, las llaves y el calcetín extraviado. En cuanto a las gafas, saben ustedes muy bien que a veces, y no pocas, mientras se buscan, ellas cabalgan alegremente sobre nuestras narices, sin el menor respeto para nuestras zozobras. Si hablamos del móvil, y afortunadamente no se es adicto al pequeño adminículo, nunca se sabe en qué lugar se ha dejado. Sólo se piensa en él si alguien piensa en nosotros, y nos llama. Es algo que por sí mismo, sibilinamente, se introduce en cualquier hueco que encuentra en su camino al verse olvidado. 

Es como si jugara con nosotros. Y, ¿qué decir de las llaves? El cambio de bolso, a la hora de verdad, supone la peor de las pesadillas. -No puedo salir, no encuentro las llaves. -Pero, mira bien mujer, ¿cómo las vas a perder si has entrado en casa con ellas? -Pues no lo sé, pero no las encuentro. Hasta que al fin miramos por enésima vez el bolso, y allí están, frescas y sonoras, riéndose en nuestra cara. -Pero ¿cómo es posible, nos preguntamos, si lo he mirado cien mil veces? -Pues ellas solas no se van a poner ahí, chica. Y entonces uno piensa aviesamente, con los ojos entrecerrados, los labios apretados y una inmensa gana de venganza: “esto es un poltergeist”. Pero no, olvídalo, eso no existe y mañana seguirás en busca de las llaves. Es toda una aventura. Una aventura cotidiana y un ejercicio de memoria. Hay que mirarlo por el lado bueno. Y luego está el calcetín. 

Eso sí que es un misterio digno de mí querida, admirada y tantas veces leída, Agatha Christie. Pero, no, tampoco. No está Hercúles Poirot para ayudarnos a buscar ese calcetín que no se sabrá nunca a dónde fue. Todo salió de la lavadora, menos él. ¿A qué lugar van los calcetines perdidos? ¿Tienen universo propio? ¿Se desintegran? ¡Qué va! Posiblemente nunca entró en la máquina y se fue de paseo con aquel guante que también desapareció sin decir adiós. Realmente ¿no entrará por la ventana a escondidas, sin que nos percatemos de ello, alguna urraca coleccionista? Todo puede ser. ¿Y los paraguas? ¡Ay, los paraguas! ¿Cuántos ha perdido ya, querido lector? ¿Lleva la cuenta? ¿Perdido? ¿Olvidado? ¿O desaparecidos del paragüero en que los dejó? Suele suceder.

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