Opinión

Hoy pasará

No importa que salga el sol, ni que la temperatura invite al disfrute, ni de que individualmente cada uno trate de volver de alguna manera al ayer cercano y ya ido, porque nunca será como fue. Es un sábado triste. Muy triste. A través de los cristales se ve la calle desierta, solo edificios que se yerguen hacia el cielo sin ver, porque sus ojos están cerrados a cal y canto y las puertas invisiblemente selladas. Si surge algún viandante, parece como si se hubiera perdido y llegase de muy lejos a un lugar extraño y deshabitado. Todo es silencio abrumador y quietud amenazante. Las rúas sobran porque nadie las transita.

¿Hay vida? Hace mucho tiempo alguien escribía: “en un mundo vacío de existencia humana y animal, si un árbol cae sin que su golpe pueda oírlo nadie, ¿existe el ruido?”. Es para pensarlo. 

¿En qué lugar está la vida en las ciudades, los pueblos, las aldeas…? El ser humano ha desaparecido del panorama y se refugia en el interior secreto de las casas, a veces en solitario, o en los coches, que son los que nos dicen que no todo está perdido, porque de vez en vez, en el rodar, emiten un ruido apagado al romper el viento, al deslizarse hacia un más adelante, para llegar a su destino. Así, por esto, esta tarde de sábado, se puede saber que no hemos muerto. Que todavía hay movimiento, y si lo hay, hay vida. La tarde y su lenta oscuridad se conjugan con la soledad del alma. 

Se añora el bullicio, las palabras sueltas que planeaban en el ambiente, las risas de unos que arrancaban las sonrisas de otros, los besos, los abrazos, el contacto de las manos, las caras que se mostraban sin veladuras. Las gentes son irreconocibles, se evitan las relaciones y se asegura el aislamiento y el pesimismo, porque el ser humano es específicamente sociable. Hay una melancolía que atenaza, porque ese mal, llamado virus, que invade, y que acosa toda expansión, está de continuo a la espera, para quitar el don más preciado: la libertad. La libertad, la gracia más maravillosa concedida por la vida, la gracia más precisa que se puede poseer, y que sólo se evoca con inmenso dolor cuando falta. Pandora abrió la caja y salieron todos los males para atemorizar a los mortales. Y si el mal tiene muchas formas, el miedo también. El miedo es un mal, tal vez el peor. De todos modos, hoy pasará. Todo pasa. El tiempo se encarga de ello.

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