Opinión

La opinión

Por fin. Por fin la presión atmosférica explotó y cedió a la tormenta que forzaba inútilmente por salir. Pero reventó y salió. Salió en tromba, desesperada, se volcó sobre la tierra, y llovió, llovió a mares, y prodigó la alegría general. El agua caía como un maná que templaba la sed, como un alivio al ardor, a la sequía, a la quemazón sentida en la calle, en las casas, en la piel, aumentada por una respiración húmeda cuyo vapor amenazante, obligado por la mascarilla, nublaba los ojos. Esa mascarilla que libra del otro ardor, el mortal. Pero el ambiente respiró profundo al tiempo que procuró un generoso respiro a los seres vivos a punto de licuarse. ¡Qué días y qué noches! ¡Qué ardientes alientos contenidos pugnando por encontrar el consuelo del frescor en cualquier parte inexistente! 

Todo lo invadía el fuego solar que alcanzaba con sus zarpas los pedazos del globo que le apetecía. La presión atmosférica es como esa terrible y dolorosa presión que invade a veces la cabeza, que aprieta, agranda y agrava todo lo que hay en su interior hasta no poder aguantar más porque se tiene la sensación de que va a estallar. Son los volcanes dentro y fuera que se activan. Los volcanes y las tempestades. La cabeza, el corazón, la paciencia, la ansiedad, la pasión, el amor, el rencor, la envidia, el deseo… Tengo la ventana abierta y oigo a alguien cantar. Afortunadamente no es un compacto emitido desde cualquier sitio. Es una voz viva, que recrea la mañana. Una voz que retrotrae a tiempos lejanos en los que en los patios de luces se oía cantar mientras la voz se acompasaba con el ruido de los cacharros en los fregaderos. 

Los lavavajillas no hacen ruido y nadie canta. Aunque se escuchan de continuo las canciones en la radio, en los conciertos, en los móviles, en los aparatos de todo tipo, ya no canta nadie por puro placer, por dejar la garganta libre… Tampoco cantan los niños. Pero eso es otra historia. La música comercial invade por completo los ambientes, llena los cerebros con el éxito del momento. Las películas, sin ser musicales, están llenas de cancioncillas y no se sabe por qué, las esperas telefónicas, los cafés. En todo tiempo y lugar obsequian lo que no se quiere consumir y además molesta. Pero, volvamos al principio. Llegó la tormenta que limpia, y a la vez, una voz anónima y amable que anima un momento la vida.

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