Opinión

Para bien o para mal

Queridos lectores, qué corta que es la vida y qué largas que son las nuevas tecnologías. Son como una sombra inacabable que nos cubre e impregna todo, al tiempo que obliga a poseer toda clase de aparatos producidos sin descanso. Y lo mejor y lo peor (tiene dos filos), es que no se puede prescindir de ellos. Una, porque gustan a rabiar (la atracción del abismo), y otra, porque hoy en día quien no los utilice es arrojado a la marginalidad de un mundo viejo, caduco y carcomido, en el que no hay aprecio. El llanto corre por mis mejillas sólo de pensar que alguien, querido lector, que viva tan a gusto en su pisito, con sus libros, sus actividades y sus amigos, sus cafés y sus siestas, pero sin móvil, televisión ni ordenador, pueda ser considerado un ente de desecho cuando puede que sea el ser más feliz de la tierra. Feliz era el hombre que no tenía camisa. Lo cierto es que el maremágnum tecnológico ha hecho el mundo tan pequeñito que hay que calzar patuco de bebé. 

Pero la verdad es que tanto alarde de teclas no ha servido mucho en cuanto a burocracia se refiere. En las administraciones, bancos o cualquier lugar público han tenido que poner asientos (no en todos, faltaría más), para que los clientes hagan seda mientras esperan su turno entre máquinas del tiempo. Hay colas en todos los sitios y no se puede acceder donde se precisa si antes no se aguarda ante una maquinilla que expende el numerito para coger la vez. Pero para coger el numerito hay que informar a la maquinilla de nombre y seña. Qué cosas. 

Si usted llama por teléfono a cualquier organismo, ente oficial, o simplemente a su gestoría, le contestará una maquinilla habladora. Ella le informa de los numeritos que tiene que pulsar si quiere hablar con fulano o con menganita. Luego le conectan con otra maquinilla que le ofrece la música que usted no quiere oír. Pero que tiene que aguantar durante horas, o al menos eso parece. He aquí la demostración de la relatividad del tiempo. Y si tiene suerte y llega usted a escuchar una voz humana, creerá que ha retrocedido en el tiempo. Luego está la maquinilla de los bares o cafeterías que llaman a jugar con los ruidos consecuentes, que también se las traen. Sin embargo, para bien o para mal, el ser humano está inserto en este universo mecánico y de ingenios inalámbricos, y fuera de él, ya no es nadie. Admitámoslo.

Te puede interesar