Opinión

¿Pesa el vacío?

Los dos últimos domingos he escrito sobre el deseo de que la voluntad resista, de mantenerse en pie sin vacilar ante los tiempos que nos ha tocado vivir. Tiempos de miedo ante el depredador, invisible e implacable que decide a voluntad quién vive y quién muere. Tiempos de impotencia e incertidumbre ante lo desconocido, porque se ignora lo que será después, cómo se conformará el futuro que se teme preñado de incógnitas oscuras. No se atisba de momento un rayo de luz por muy tenue que sea, que tranquilice la impaciencia. Pero en medio de tantos deseos de ánimo, de “hay que seguir”, porque no hay otra opción para los que están, se encuentra ese inmenso espacio vacío que dejan los ausentes, y que se agranda cada día representado por cifras que se multiplican en una triste e incansable danza de la muerte. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”, escribía Jorge Manrique a la muerte de su padre. 

Hoy, el mundo es un río por el que navega la barca de Caronte llevándose lo más querido, sin el eco de una voz que pronuncie el nombre del viajero. Es tiempo de luto, no de minimizar la tragedia, sino de mirarla cara a cara, tal como es, con la rigurosidad que requiere la circunstancia, y llorar, y detenerse ante ese vacío que pesa como si fuera plomo, y musitar una plegaria como recuerdo de los que traspasan la linde que separa el otro lado, desconocido pero esperanzador, y como respeto al dolor que invade casas y familias. No podemos imaginar cómo es ese trance en el que se va parte de la vida sin poder apretar la mano querida, cerrar en gesto piadoso los ojos que con tanto amor miraron, besar la frente de quien tanto pensó y sacrificó para que vivieran mejor los que venían, hijos de los hijos, padres de los padres que serán. 

La existencia de todo ser que respira es como un milagro continuo e inexplicable y el único don que de verdad se tiene. Es tiempo de silencio, por el dolor ajeno que mañana puede ser el propio, y ojalá que no. Es tiempo de luto aunque no veamos el estrago que hace la muerte de la que somos hijos desde el momento de nacer. Es tiempo de recordar lo que decía el poeta: “cada vez que un pájaro muere, algo se transforma en el universo”. Y si eso pasa por un pájaro, ¿cómo será por un ser humano? No se puede aliviar ese peso de plomo, pero a cambio, queda viva la esperanza.

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