Opinión

Para siempre

Parece ser que ciertas personas han tomado una determinación extrema, y nunca llevada a cabo por imposible, en la historia de la humanidad. Cierto es que el hombre siempre ha intentado alcanzar la eternidad acometiendo empresas a través de determinados caminos difíciles, pedregosos y de grandes riesgos. Sobre ello cuentan los poetas, la búsqueda del jardín de las Espérides, del Toisón de Oro o de la Fuente de la Eterna Juventud. Respecto a alargar la vida, hay que convenir en que se avanza a pasos de gigante. Incluso algunos investigadores aseguran que por el camino de la ciencia la consecución de vivir eternamente está más cerca que nunca. Por lo pronto ahí está la criogenización; más modestamente, la conversión del humano en cíborg; o de forma mucho más prosaica, los ejercicios físicos, potingues, farmacopeas, medicinas convencionales y alternativas de todo tipo. Todo con tal de alejar a la parca.

Pero pese a la ciencia, y mil ocurrencias más puestas en marcha, la gente más aferrada a este mundo, un día nos dice aunque no quiera: “hasta la vista, baby”. Es la costumbre para no desentonar de los demás. Claro que siempre queda para lograr el deseo apetecido, poner en práctica el método más clásico y contundente como es vender el alma al diablo. Sin embargo, eso impone un poco por lo peligroso. Nadie quiere ver cuernos cerca. Pero no nos desviemos y volvamos al principio. Se rumorea que un sector de la población ha dicho que no se muere porque no le da la gana y porque para ello no necesitan de más zarandajas. Que no se mueren y ya está.

A esta decisión les empuja el amor. El amor a sus seres queridos. Pero no por la pena de la despedida. No. Les mueven otras cosas y no precisamente el que les guste la libertad, lo que visten, el paisaje, las chorradas de la televisión, la tontada política, la crítica al sistema o los peces de colores. El argumento que esgrimen para no morirse, es que saben que van a ser enterrados en papeles. Morirse es un trabajo inacabable.

Hay que demostrar mil veces que uno está muerto, casi hay que venir del otro mundo para ratificarlo. Oiga, por favor, créame: estoy muerto. Y es todavía más agotador para los que quedan. Papeles, burocracia, ventanillas, firmas y más papeles. Papeles que no se acaban, que asfixian, que son agonía y mortaja. Mis queridos lectores: lo mejor, no morirse.
 

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