Opinión

Siglas y pintajarros

Hace poco una amiga me decía que está perdiendo el oremus porque por mucho que lea nunca entiende nada. Todo se compone de siglas, me decía. La verdad es que ya tengo escrito sobre este particular, porque creo que a todos nos afecta esta moda de la economía del lenguaje que a la vez, y sin mayor necesidad, se duplica y triplica en otras tantas ocasiones. ¿En qué lugar queda el raciocinio? Y ciertamente es difícil el llegar a poder leer de corrido una noticia sin interrumpirla cada dos por tres para ir al diccionario de siglas y buscar denodadamente sus significados.

Hoy en la escritura quedan pocas palabras que luzcan al completo. Sin apenas darnos cuenta, el vocabulario se adelgaza cada vez más y los vocablos quedan absolutamente descabezados o sin final. Las letras se cambian las unas por las otras y se ha establecido un guirigay en el idioma difícil de resolver. La RAE, que no se mueve mucho, lo acepta todo. Y es enriquecedor que se admitan nuevas palabras, ya que un idioma vivo evoluciona, pero lo que impone un poco es la cantidad de desatinos que ya son parte de la forma de expresarse tanto en el ámbito común como en el intelectual. Esto es como admitir como normal, que por desgracia ya lo es, el hecho de tener portales, muros, trenes, metros, paredes, comercios, llenos de pintarrajos y que nadie se estremezca por la enorme suciedad que representan. Al margen de la falta de respeto al ciudadano, y a la ciudad, que es de todos.

Falta sentido común, estética, ética. Hay un deterioro expansivo que lo inunda todo.  El habla, al igual que muros y cierres, hacen pareja en la erosión que sufre la actualidad, algo que se refleja en otros aspectos de la vida. Hay una dejadez, un “déjalo estar”, un todo vale, que excusa cualquier barbaridad cometida, mientras la ignorancia condena lo que se asienta en la razón. Las siglas se comen las palabras, las palabras se comen las letras, las letras se confunden y los puntos, comas y demás reglas ortográficas desparecen como por arte de magia. Pero todo cobra sentido si se examina el momento que vivimos. Las nuevas tecnologías que derivan en las redes utilizadas por toda clase de usuarios, deberían ser defensoras de lo fundamental, sin embargo, son auténticos pilares de promoción para la destrucción del segundo idioma más hablado en todo el mundo: el idioma de Cervantes.

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