Opinión

Una mala noticia

Normalmente, por la noche, tarde o temprano, la cama invita al reposo. Al descanso deseado y necesario por el cuerpo y por la mente. Pero por c, o por b, sin que se sepan exactamente las causas, no se cumplen las previsiones, y ambos, cuerpo y mente, quedan en tierra de nadie. Algunas veces las razones son evidentes: la propia vida. Otras, vaya usted a saber. Puede que simplemente, porque sí. Ante esto, cada uno por su lado, se ponen a trabajar, incluso a hacer labor de zapa debida a los nervios. Uno da vueltas en la cama y se levanta mil veces; la otra se inquieta sin remedio. Con lo cual, el letargo en ciernes, sin llegar a cuajar, escapa definitivamente sin dar una mínima oportunidad. No se sabe a dónde va, sencillamente desaparece y ya no vuelve. Y así pueden llegar las claras del día sin que los párpados hayan podido cerrarse un momento. Agotador. 

Ni el cansancio, ni las ganas, ni el tener que madrugar, ni acostarse a la hora fijada, ni la lectura, ni la música, ni nada que se busque en la memoria, evitan una mala noche. Y es que la ausencia del sueño durante esas horas del ansiado descanso, deja un vacío irrecuperable, semejante al que podría dejar la huída de quien más se quiere. Se puede dormitar durante el día, sí, esas cabezaditas después de comer, pero ya no es lo mismo. La noche es un misterio por sí misma, como lo es ese vacío inexplicable, y ambos, como en un aquelarre, se unen en la mente del insomne, para tramar toda clase de ideas imprevistas. Tejen y tejen rarezas, y todas ellas desmesuradas. 

Son las sombras que se mueven; es la luna que se esconde en el insondable laboratorio de imágenes fantásticas. Creaciones salidas de lo profundo del inconsciente entre las que se encuentran seres noctámbulos que se ocultan en callejones solitarios, al acecho, y que después recrean los artistas en sus obras de pesadilla. Es el mundo de la imaginación vulnerable que sustituye al descanso normal, y llora el recuerdo de las calles luminosas, llenas de gentes que toman sus cervezas en las terrazas soleadas, las risas sanas, las caras al descubierto, la alegría de vivir. El insomnio siempre es desmoralizador, pero hoy en día es absolutamente pavoroso. Poco se diferencian la noche y el día, porque el alma está dolida con el presente, y la oscuridad de lo incierto se posesiona de la claridad de la mañana.

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