Opinión

Unos más iguales que otros

Recuerdo que en una publicación de humor había un espacio titulado “Diálogo de besugos”. Bien, pues tales textos respondían a la más absoluta realidad. Una realidad que se ha ido incrementando a lo largo de los años principalmente a través de los teléfonos. He aquí la muestra sufrida por una buena amiga de quien esto escribe. Después de esperar que se cumpliese la promesa de que la llamarían en diez minutos y habiendo esperado treinta sin señal de vida por parte de su prometedor, pasó de nuevo la tortura de marcar el número, esperar una musiquilla tras la que le indicaron que marcase la extensión; luego de marcarla, sufrir otra música indispensable, preguntar por el deseado y recibir la siguiente contestación de la encargada de pasar la llamada. 

-Lo siento, tiene que esperar porque el señor Fulanito está reunido con un cliente.
-Oiga yo soy otra cliente, estaba antes y llevo esperando su llamada toda la mañana.
-Lo siento, tiene que esperar a que termine de atender a la persona con la que está tratando una cosa muy importante.
-Oiga, lo mío es importante. 
-Claro, claro, como los de todo el mundo. Déjeme su nombre y cuando acabe le pasaré el recado.

Y es que como se decía en “Rebelión en la granja” todos somos iguales, pero unos más iguales que otros. Sí, unos son más iguales que otros. La diferencia está en el nivel crematístico, de parentesco, o de cualquier otro interés que en esos momentos convenga. Un ejemplo más: usted está en la cola de cualquier sitio sea oficial o no, y después de aguantar horas de pie, que las piernas le dicen a grito pelado que se le van a doblar las rodillas o que se les van a quedar tiesas para siempre, al fin, con un esfuerzo ímprobo, se acerca como puede a la mesa anhelada tanto tiempo. Allí le mandan sentarse y de pronto cuando usted está exponiendo su cuita, rinnnnnnnnnng suena el teléfono y como un autómata su escuchante coge el auricular sin mirar el reloj, para hablar con quien no se ha molestado en ir allí. Después de colgar, le mira como si usted fuera un aparecido: “¿qué me decía?”. Usted empieza a balbucear. Vuelve a sonar el teléfono y el otro lo coge diligente. Y usted se dice interiormente, oiga, que yo estoy aquí, en este asiento después de casi desfallecer. Pero usted no existe para él. Usted no es de los iguales, querido lector. Siga a la espera. Lo siento.

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