Opinión

A vueltas con la leche cruda

Hay quien utiliza las redes sociales para informar, los menos. La mayoría lo hace para opinar. Opinar es libre. Puedes afirmar lo que quieras y no necesitas ningún respaldo. Informar es otra cosa, y máxime cuando se trata de cuestiones relacionadas con la salud. Ocurre que los antivacunas opinan, y con su pensamiento arcaico y carente de rigor científico, parecen anhelar el retorno de aquellos tiempos donde la humanidad era periódicamente devastada por enfermedades infecciosas, por el momento controladas gracias a la inmunización preventiva. Más de lo mismo ocurre con los defensores  de las pseudociencias y del consumo de leche cruda. 

Hace muchos años, recuerdo cómo estaba permitido el suministro de leche cruda a domicilio en nuestra ciudad. Las lecheras llegaban muy temprano, con el despuntar del día, para vender su mercancía casa por casa, tienda por tienda. Antes del mediodía, retornaban a sus aldeas en aquellos pretéritos coches de línea. En mi hogar se consumió este tipo de leche durante años, pero nunca sin que concienzuda mi abuela la hubiera hervido previamente.

 Otro recuerdo infantil me transporta a la insistencia con la que una vecina pretendía que desayunáramos leche recién ordeñada con restos de sangre flotando en su superficie, pobres ubres machacadas de vaquiña de aldea. Habrá quién opine, incluso en las redes sociales, que sin embargo aquí estamos y que nunca pasaba nada. Que sepamos. Algunos compañeros de aquellos tiempos infantiles no nos acompañan hoy. Con su desaparición descubrimos el nombre de enfermedades mortales que como niños desconocíamos entonces: meningitis. 

Hay quien ufano presume de haber bebido el agua de los regatos y cuando les hablo de la fiebre tifoidea me miran extrañados y se encogen de hombros, una enfermedad que cada año en el mundo continúa matando a 21 millones de prójimos que bebieron agua o tomaron alimentos frescos contaminados por Salmonella tiphy. 

Por motivos sanitarios, hace 28 años se prohibió en España la venta a granel de leche cruda, sin esterilizar o pasteurizar. Ahora la Generalitat de Cataluña acaba de destapar la caja de los truenos, permitiendo la comercialización de ese tipo de leche. No esgrimen razones científicas, sino que sus autoridades opinan que así los ganaderos catalanes diversificarán su producción, fortaleciendo el sector lácteo catalán. En su favor, trasladan a los consumidores la responsabilidad de hervir la leche antes de ser consumida. ¿Y si no lo hacen o lo hacen incorrectamente? De nada les vale que la tuberculosis, la brucelosis, la difteria, el carbunco, la meningitis por listeria, las fiebres tifoideas y aftosas hayan sido controladas en nuestra sociedad gracias a la higienización de la leche que consumimos, un medio de cultivo excepcional para los gérmenes patógenos. 

Datos correspondientes a Estados Unidos, que en esta moda también van por delante, reflejan que los consumidores de leche y derivados sin pasteurizar tienen 838 veces más probabilidades de sufrir una enfermedad y 45 veces más posibilidades de ser hospitalizados. Como con el movimiento antivacunas (¿recuerdan al niño de Olot?), los más pequeños serán los más vulnerables ante este incomprensible y cerril relajamiento de las medidas sanitarias ampliamente comprobadas.

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