Opinión

Almacén de cerebros

Echamos mano de la expresión “fuga de cerebros” cuando eminentes científicos e investigadores se ven obligados a abandonar sus países de origen y formación en la procura de otras tierras de promisión, para poder trabajar y progresar adecuadamente según sus conocimientos y experiencia. Este término -brain drain- fue utilizado por primera vez en el Reino Unido, durante la década de los años 50, cuando muchos científicos y tecnólogos británicos tuvieron que partir hacia los EEUU. Pero la fuga de cerebros no se limita al ámbito científico y tecnológico. También afecta a otros profesionales altamente cualificados. 

España e Italia la lideran dentro de la UE. En la última década, casi 90000 trabajadores especializados abandonaron nuestro país con destino a otros de nuestro entorno. Como siempre, estos datos tienen dos lecturas. La positiva, en referencia a la excelente preparación de estos profesionales. Dentro del ámbito sanitario asistencial, los españoles son muy apreciados en el Reino Unido y Noruega. La parte negativa nos alerta sobre un futuro profesional incierto e inestable, junto al dispendio económico que supone formar a un trabajador altamente cualificado para que su verdadero rendimiento sea aprovechado más allá de nuestras fronteras. 

Si nos centramos en Galicia, por ejemplo, es una de las CCAA más afectadas por la fuga de cerebros. La mayoría emigra a Reino Unido, EEUU e Irlanda. Los expertos hablan de una merma del 5% de los contratos cualificados, que se marchan al resto de España. Estudios de la Universidad de Vigo estimaron que cada año nos gastamos 311 millones de euros en la formación de titulados universitarios forzados a emigrar por cuestiones laborales. Fuga de talentos.

En un sótano de la Universidad de Dinamarca del Sur, en Odense, se conserva una colección formada por casi 10.000 cerebros. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, dos médicos daneses iniciaron este insólito archivo, con órganos procedentes de enfermos mentales fallecidos entre 1940 y 1980, durante su internamiento en diferentes instituciones psiquiátricas del país. El motivo parecía loable, en aras de la investigación futura de aquellas patologías sobre las que entonces apenas se sabía nada. 

Sin embargo, el método fue éticamente muy cuestionable, pues nunca se recabó el consentimiento de los enfermos ni de sus familiares para este tipo de donación, circunstancia impensable en la actualidad. Del total de 9.479 cerebros, 5.500 pertenecieron a pacientes con demencia, 1.400 con esquizofrenia, 400 con trastorno bipolar y 300 con depresión. 

Durante sus autopsias, los facultativos extraían el cerebro, lo examinaban y añadían anotaciones en aquellos singulares diarios cerebrales. Procesados para su estudio y conservados en formaldehído, fueron enviados a diferentes hospitales daneses. En 1990, el Consejo de Ética de Dinamarca determinó que podían ser usados para la investigación científica. 

Tanta fuga y almacenamiento de cerebros me hacen reflexionar hoy sobre los derechos de los pacientes psiquiátricos en épocas pasadas. ¿Se los pueden imaginar?

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