Opinión

El azar y la necesidad

Gozaba antaño Santiago de Compostela de una librería fascinante, de nombre corriente. Podría haber dispuesto de uno más literario como “La Cultural” o “El Saber”, pero sus fundadores prefirieron bautizarla con su apellido, González. Mantuvo sus puertas abiertas desde 1929 hasta 2009 y allí precisamente compré mi primer libro de Medicina: el primer tomo del Tratado de Anatomía Humana de los profesores Léo Testut y André Latarjet, dedicado al estudio de los huesos, los músculos y las articulaciones. Asignatura harto árida y espesa, donde el aprendizaje se parecía mucho a estudiar geografía a partir de mapas, dibujos y esquemas, sin conocer los detalles intrínsecos al paisaje, con sus ríos, bosques y montañas. 

Para que se hagan una idea, la primera edición del Testut data de finales del siglo XIX y su última reimpresión en español es de los años 80, justo cuando en la capital compostelana se cocía una efervescente movida cultural y estudiantil. Entonces, en la misma Rúa do Vilar, la librería más antigua de España mantenía abiertas sus puertas en un local más modesto que la González, como en la entrada de un portal. 

En la Librería Gali adquirí otro libro. Aparentemente no relacionado con los estudios académicos, para mí tuvo un profundo significado: “El azar y la necesidad” de Jacques Monod. En 1965, este insigne biólogo y bioquímico francés había ganado el Premio Nobel de Fisiología y Medicina junto a François Jacob y Andre Lwoff, por sus investigaciones sobre el control genético de la síntesis de enzimas y virus. En su tiempo levantó mucha polvareda entre la comunidad científica, debido a sus ideas sobre el origen de la vida y la evolución de las especies.Por ello despertó mi atención. Y a pesar de que han transcurrido varias décadas desde su publicación en 1970, su revisión todavía no hace reflexionar sobre ciertas cuestiones que han preocupado a la humanidad desde su origen. 

A Monod le preocupa más conocer de dónde venimos que hacia donde vamos. Tomó el título de su ensayo de una cita de Demócrito, el filósofo griego defensor de que todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad. Por su parte, el Nobel francés remataba su libro de manera sobrecogedora, apelando a la soledad del hombre en la inmensidad del Universo, donde un buen día surgió como fruto de la casualidad. 

Y todo ello sin haber contemplado la mítica foto tomada el 4 de febrero de 1990 por la sonda espacial Voyager 1, a 6000 millones de kilómetros de la Tierra, donde nuestro planeta es una motita de luz apenas perceptible en la inmensidad del espacio, ese diminuto punto azul pálido que para el sabio cosmólogo Carl Sagan alberga todo lo que somos y hemos sido, un escenario tan insignificante que quizás nunca llegará a acoger nuestro incierto futuro. 

Y no será por falta de méritos. Retomando nuestro albur cotidiano, resulta que Alberto tiene talasemia. Su sangre posee menos hemoglobina de la normal. Sus glóbulos rojos transportan menos oxígeno y por eso está enfermo. Es una patología poco frecuente, que ha heredado de su padre y su madre. Un día de primavera, ellos se conocieron por casualidad. Si entonces mamá hubiera perdido el autobús sin llegar a conocer a papá, el fruto necesario de tanto amor no habría padecido una enfermedad. El azar y la necesidad.

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