Opinión

Desapariciones

Parafraseamos el título del legendario tema que Rubén Blades compuso contra las dictaduras de América Latina. Intentamos cavilar sobre otras desapariciones, relacionadas con nuestros recuerdos, que por un extraño mecanismo fisiológico, se empeñan en mantener vivas personas, paisajes y cosas que ya no nos acompañan. Hemos mencionado alguna vez el libro “La policía de la memoria” de Yoko Ogawa, una hermosa metáfora donde todas las cosas van desapareciendo en una isla. 

Antes de que existieran las modernas técnicas de exploración neurológica, los especialistas fueron construyendo su disciplina a base de estudiar que ocurría en los sistemas nerviosos dañados de los heridos y enfermos. Descubrieron que el hipocampo y la corteza temporal son las áreas cerebrales relacionadas con la amnesia y la memoria, bendita capacidad que tenemos para almacenar información y recuperarla voluntariamente. 

En el hipocampo se guardan nuestros recuerdos recientes, con una antigüedad de minutos, horas o pocos días: dónde aparcamos el coche, lo que comimos antes de ayer o la película que vimos en el cine la semana pasada. En cambio, la corteza cerebral temporal alberga la información remota, días, meses o incluso años. 

Por unos momentos, vamos a ponerla en funcionamiento. Desapareció el cerezo de San Cibrao das Viñas, A Cerdeira, del que cada año brotaban flores blancas y frutas rosadas y amarillas, que no rojas, agridulces y más pequeñas que las afamadas picotas del Valle del Jerte. De las pantallas de los antiguos cines se desvaneció Fu Manchú, contumaz envenenador, al frente de sus temibles thugs, fieles asesinos y estranguladores, en su loco empeño por doblegar a una civilización occidental que, visto lo visto, se ha convertido en una empresa para la que tampoco se necesita de tanto esfuerzo. 

Con el villano oriental se marcharon sus repugnantes serpientes y arañas venenosas, sus hongos y bacterias infecciosas, sus extrañas armas decimonónicas. Y a la vez que él, partieron de las mismas sesiones de tarde los colosales gladiadores Ursus y Maciste, las estrellas del peplum, que tantas felices horas nuestras ocuparon hace una porrada de años. 

Tardes que olían a manzanas con caramelo y a almendras garrapiñadas de La Granadina, desde que enfilabas Lamas Carvajal hasta El Paseo. Por las grietas de la historia se evaporaron los helados de turrón y mantecado de la Ibense, sus suculentos batidos y sus chocolates con churros. 

Aunque para impregnarse de fuerte aroma a cacao había que pasarse por García Mosquera, con la fábrica de chocolates Nuestra Señora de los Remedios a pleno funcionamiento. A partes iguales sucumbieron al tiempo las cartas de amor adolescentes, algunas nunca enviadas, otras nunca recibidas, cuando se usaban sobres y sellos postales, y las colecciones de cromos, que se cambiaban en los soportales. 

Desparecieron muchas fotos en blanco y negro, los cigarrillos sueltos a peseta, los kioscos de chafalladas y aquella cinta de The Beatles, grabada en la casa de Carlos del Amo, frente a las Carmelitas. Y cierto día, claudicarán nuestros hipocampos y cortezas temporales. Y entonces, todo se irá al caballo y también les diremos adiós a nuestros recuerdos.

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