Opinión

Donantes universales

El otro día, revolviendo entre las cosas escondidas en un cajón del siglo pasado, me encontré con el viejo carnet de la Hermandad de Donantes de Sangre. Su primera anotación data del primer año en la Facultad, el de “Toro Salvaje”, “El hombre elefante” y “El resplandor”. Pertenezco a ese 9 por ciento de nuestra sociedad denominado donantes universales. Con el nacimiento del pasado siglo XX, el patólogo alemán Karl Landsteiner descubrió los cuatro grandes grupos de compatibilidad sanguínea: A, B, AB y 0. Su clasificación está basada en la presencia de determinadas proteínas en la superficie de los glóbulos rojos, denominadas antígenos, así como la de unos anticuerpos en el plasma sanguíneo capaces de reaccionar con ellos. 

De esta manera, la sangre del grupo A cuenta con antígenos del tipo A en sus glóbulos rojos y anticuerpos anti B en el plasma. El grupo B, antígenos B en los glóbulos rojos y anticuerpos anti A en el plasma. El grupo AB, antígenos de tipo A y B en los glóbulos rojos, mientras en el plasma no se detectan anticuerpos, y el grupo 0, cuyos glóbulos rojos o eritrocitos no presentan antígenos y en cuyo plasma se detectan anticuerpos anti A y anti B. 

En un principio, de esta sencilla manera parecía resolverse el problema de la compatibilidad sanguínea entre donantes y receptores. Pero a pesar de semejante descubrimiento, continuaban produciéndose indeseables reacciones transfusionales. En los años 40, el propio Landsteiner descubrió el factor Rh, experimentando con la sangre procedentes de  los macacos Rhesus. Se trata de otro complejo de antígenos, de los que el más importante es el factor D. Está presente en el 85% de las personas, las Rh positivas, y ausente en el 15% restante, las Rh negativas. 

Les contamos esta historia con la intención de explicarles que aquellos sujetos del grupo 0, con factor Rh negativo, pueden donar su sangre a cualquiera de los otros grupos. Por el contrario, en caso de necesidad, sólo podrían recibir sangre de otros donantes 0 negativos. El objetivo de diferentess investigaciones en el campo de la Hematología se encaminó a conseguir en el laboratorio las modificaciones necesarias para convertir cualquier tipo sanguíneo en donantes universales, intentando eliminar esos dichosos antígenos de la superficie de los eritrocitos. En los años 80, lo consiguió el equipo del Doctor Jack Goldstein, del Centro de la Sangre de Nueva York, empleando unas enzimas específicas encontradas en el café, si bien sus resultados no pudieron extrapolarse a la realidad clínica. 

Recientemente, el Doctor Whiters, de la Universidad canadiense de la Columbia Británica, descubrió en una bacteria de la flora intestinal humana una enzima capaz de borrar los antígenos eritrocitarios A y B, tal vez un paso definitivo en la procura de la compatibilidad sanguínea universal. Pero todavía quedaría por salvar ese obstáculo denominado Rh positivo. Apostamos a que también se conseguirá. 

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