Opinión

El padre

Sostiene Aloysius que la vida es un cúmulo de coin-

cidencias. La tarde del pasado 19 marzo, Día del Padre, retomé una costumbre que conservo desde hace tiempo: ir al cine. Y qué mejor elección que “El padre” (Florian Zeller, 2020), protagonizada por Anthony Hopkins y Olivia Colman. Aún no habiendo leído previamente sus elogiosas críticas, esta propuesta del director y guionista, que en 2012 estrenó la obra teatral original sobre los escenarios de París, dramaturgo y novelista francés ampliamente galardonado a pesar de su juventud, me habría resultado muy atractiva. Y si encima tenemos en consideración a la actriz y al actor protagonistas, qué más podríamos pedir. A pesar de parecer tarea sencilla para Anthony Hopkins, 83 años de edad, transformarse en un anciano con demencia senil, la verdad es que será muy difícil no asociar actor y personaje a partir de ahora en la historia del cine, algo que ya le ocurrió 20 años atrás cuando encarnó al taimado Hannibal Lecter en la saga de “El silencio de los corderos” (Jonathan Demme, 1991).

En el caso de Olivia Colman, Oscar a la mejor actriz en 2019 por su papel como la reina Ana de Gran Bretaña, se convierte en la clemente hija del conflicto enfermo con la más absoluta y convinecente credibilidad. No es de extrañar que ella y Hopkins hayan sido nominados para sendos premios Oscar en la edición de 2021. Y a pesar de haber tratado en estos últimos años a diferentes pacientes con demencia, senil o de Alzheimer, de conocer desde primera línea los sentimientos y las dificultades a las que deben enfrentarse sus familiares y cuidadores, confieso que esta película llegó a provocarme cierto desasosiego. La genial habilidad del director para presentarnos una narración de escenas inconexas, donde el tiempo y la vida dejan de ser lógicos y lineales, transformándose en incómodos bucles que nos hacen dudar, como al propio anciano, de lo que es real o ilusorio. 

El enfermo vive en una confusión permanente, donde los rostros se confunden y su reloj de pulsera desaparece y aparece, provocándole la desorientación y la pérdida del control de su tiempo, mientras aparenta vivir en un día de la marmota donde las ocho de la tarde siempre están cercanas, todas las noches se cena el mismo pollo guisado y la única referencia real parece ser su clásico pijama de rayas. 

También me incomodó el dilema de la hija, debiendo decidir si cuidar a su padre en casa, con la ayuda de unas auxiliares que el anciano siempre rechaza, o aceptar su internamiento en una institución especializada en el cuidado de las personas mayores. Esa misma disyuntiva a la que en otras tantas veces nos hemos tenido que enfrentar realmente cuando en la consulta de atención primaria se nos pide consejo y comprensión por parte de las familias afectadas. Si pueden, no dejen de verla, aunque el Día del Padre ya haya pasado.

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