Opinión

El valor de la salud

Sostiene el aplomado Aloysius que una de las reivindicaciones humanas más evidente es llegar a vivir muchos años, pero libres de enfermedad. A esto, con otras palabras, en aquella vieja barbería del Jardín del Posío que atufaba a polvos de talco y a Varon Dandy, los parroquianos le llamaban querer el duro y las cinco pesetas. In illo tempore transcurría premioso el pasado siglo XX, y a muy pocos se les pasaba por la cabeza pensar que en el entorno del año 2050 España se convertirá en el país más anciano del planeta. Por lo tanto, envejecimiento sí, pero con las mínimas ataduras de la enfermedad y la discapacidad.

Para justificar semejante longevidad, resulta frecuente escuchar que nuestro país dispone de uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Probablemente sea cierto, como también es verdad que el impacto del sistema sanitario en la esperanza de vida apenas alcanza un 20%. Seguramente tiene que haber algo más. Siguiendo al prestigioso investigador John Wennberg, deberíamos valorar a los hospitales por la manera en la que tratan a los pacientes crónicos durante sus dos últimos años de vida. Y donde decimos hospitales también podríamos añadir a los centros de salud. Traemos hoy a colación todas estas reflexiones ante la necesidad de gestionar en base a los resultados en salud, un cuestión que según los expertos, y en España contamos ya con unos cuantos, representa una obligación para las administraciones sanitarias. Y para conocer cuál es el verdadero impacto de las intervenciones sobre los pacientes habrá que preguntarles a ellos mismos. A priori pudiera parecer sencillo, pero en la práctica la cuestión se complica mucho más: ¿interrogamos a todos?, ¿elegimos un grupo?, ¿acaso son homogéneos sus intereses y preferencias?

En nuestro auxilio acude el International Consortium for Health Outcomes Measurement (ICHOM), una organización sin ánimo de lucro encargada de promover la definición de resultados específicos para cada proceso clínico, como por ejemplo los cánceres de mama, próstata y colon, el ictus, el asma o el Parkinson. Para conseguir sus objetivos, organiza grupos de trabajo donde participan profesionales clínicos y pacientes, intentando definir qué resultados en salud tendrían el mayor valor. Todo estos procedimientos suponen una verdadera revolución cultural en el ámbito de la gestión sanitaria. Y además, cómo no, tienen su inevitable traducción económica, pues ya no se trata de adquirir los fármacos más baratos, por ejemplo, sino los que demuestren una mejor calidad – precio. Aquellos duchos en esta materia sostienen que la mayor amenaza para el futuro de nuestro sistema nacional de salud podría ser el gasto farmacéutico. Miles de millones de euros no son cuestión baladí. Habrá que priorizar para saber realmente dónde se deben invertir unos recursos que son limitados. En otras palabras, llegará el momento en el que tendremos que elegir nuestras preferencias: más vida o más calidad de vida. 

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