Opinión

Inteligencia animal

Una de las imágenes más espeluznantes que he contemplado en la vida es la matanza de delfines en Taiji (Japón). Aunque parezcan peces son mamíferos como nosotros, los humanos. Además del desastre ecológico y de la brutalidad de semejantes acciones, resulta que el consumo de carne de delfín está provocando un grave problema de salud a la población, pues tales son las concentraciones de mercurio contaminante en estos animales. Y no solamente en los delfines, sino también en una amplia gama de pescados y mariscos.

Mientras tratamos de olvidar aquellos mares saturados de rojo carmesí, nos han vuelto a sorprender otras dos noticias sobre tan particulares cetáceos. La primera es la instantánea de una cría de delfín agonizando mientras un grupo de bañistas la mantiene en volandas para fotografiarse con ella en una playa. La ignorancia suele ser atrevida, y en esta ocasión también asesina. La segunda está ilustrada por un delfín interactuando con una pantalla subacuática en el National Aquarium de Baltimore (EEUU). Esta tecnología les ha permitido realizar juegos complejos y comunicarse de manera inteligente con los humanos, una característica que hasta ahora solamente se había constatado en los grandes simios. En 1758, el naturalista sueco Carlos Linneo situó a los primates en el orden taxonómico más elevado, junto al hombre, al entender que eran los animales más parecidos a nosotros. Primates, los primeros entre los animales.

Con el paso del tiempo, infinidad de investigadores han descubierto que los simios son capaces de aprender el lenguaje de los signos, superándonos incluso en determinadas habilidades de memoria matemática. Poseen además autoconciencia, capacidades simbólicas y transmiten de generación en generación una cultura quizás rudimentaria y primitiva, pero que no muy diferente de la que tenían nuestros comunes ancestros.

Al igual que los humanos, los primates pueden ser manipuladores, arteros y mentirosos, incluso asesinos. Y también manejar toscos utensilios, dotando de la necesaria intencionalidad a un objeto, como por ejemplo una piedra o un palo, para transformarlo en una herramienta, es decir, un instrumento destinado a la realización de determinado trabajo.

La cognición animal es una realidad: simios, cetáceos, elefantes, perros, gatos, mapaches, roedores… pero también pájaros, loros, córvidos, palomas, reptiles, lagartos, serpientes e invertebrados (pulpos, insectos y arácnidos). Me consuela pensar que no estamos solos en el universo. Mientras nos afanamos en la búsqueda de vida inteligente fuera de la Tierra, nos olvidamos tantas veces de la incalculable suma de intelecto que nos acompañada desde hace millones de años en este planeta. Decía el filósofo moralista suizo Henry Amiel que el hombre se eleva por la inteligencia, pero al fin y al cabo es hombre por el corazón.

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