Opinión

La nueva cepa

Cuando escribimos estas líneas, en la última semana del año 2020, y sin habernos librado todavía de la pesada carga de la covid-19, densos nubarrones se divisan en el horizonte del Año Nuevo. Coincidiendo con el comienzo de las vacunaciones masivas de los mayores más frágiles y de sus cuidadores, lo que algunos se han atrevido a vaticinar como el principio del final de la pandemia, una nueva cepa de SARS-Cov-2 ha activado todas las alarmas. Son variantes del virus original, que presentan una mutación denominada N501Y, y que afecta a la proteína S (del inglés spike, espícula), precisamente el elemento viral que actúa como llave de apertura de las células humanas, provocando su infección.

Precisamente, contra esta proteína viral, se han desarrollado las primeras vacunas que se están administrando. El equipo dirigido por Tulio Oliveira, director de Laboratorio Krisp de la Escuela de Medicina Nelson Mandela, perteneciente a la Universidad KwaZulu-Natal de Durbán (Sudáfrica), han sido los primeros en detectar estas variantes circulando entre la población, con una mayor capacidad de transmisión, y por lo tanto, más infecciosas que el SARS-Cov-2 original. Por el momento, no existen datos que confirmen una mayor letalidad de estos nuevos virus mutantes. Todavía es demasiado pronto, incluso para las conjeturas. Aún suponiendo que dicha letalidad no sea mayor que la conocida hasta ahora, los expertos se mantienen en máxima alerta. Según datos oficiales, la mortalidad de la Covid-19 en España varía entre el 0.8 y el 1.1% de los infectados, si bien en los mayores de 80 años llega a alcanzar el 16%. Sin salir de nuestras fronteras, sabemos que el SARS-Cov-2 original ha infectado a cerca de 1 millón 900 mil prójimos, llevándose por delante las vidas de más de 50000 personas. Si la letalidad de los nuevos coronavirus mutantes fuera la misma, podríamos esperar otro tanto. 

Estos cálculos son demasiado groseros y solo sirven de aproximación. Porque hay muchos factores que van a influir ahora, como el efecto de las vacunas y la capacidad para diagnosticar esta infección precozmente, gracias a la extensión de las pruebas PCR. Veamos un ejemplo, correspondiente a la Comunidad Valenciana, en la que durante la segunda oleada de la pandemia, el 7.1% de los pacientes necesitaron ser hospitalizados, el 0.6% fue tratado en las unidades de cuidados intensivos (UCIs) y el 0.5% terminó falleciendo. Por otra parte, es fácil considerar que si una variante mutada es más infecciosa, se disemina con mayor rapidez entre la población. De mantenerse constantes los porcentajes anteriores, podría haber más hospitalizaciones, actuando también negativamente sobre el número de fallecidos. De momento, ojo avizor y mucha calma. Todavía quedan muchas batallas en esta guerra.

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